Medea desdoblada
¿Se puede poner en escena hoy una tragedia griega íntegra? La mayoría de los directores descartan, en la práctica, esta posibilidad, y optan por encargar una versión. Hay otra vía, menos habitual, por la que Ricardo Iniesta ha encaminado la Medea que la compañía Atalaya representa esta noche en el Festival de Teatro Clásico de Mérida. El director andaluz ha puesto sobre la mesa una docena de versiones -desde la de Eurípides a la de Heiner Müller, pasando por las de Grillparzer y Pasolini-, y las ha recortado y pegado conforme a una idea directora: que el relato quede claro para cualquier público.
Al comienzo de la Medea de Eurípides la Nodriza resume las peripecias de la protagonista desde que los argonautas llegan a la Cólquide hasta que, en Corinto, Jasón decide pegársela a su esposa con otra más rica y poderosa: la hija del rey Creonte. El público griego estaba familiarizado con la historia, y un breve resumen bastaba para ponerle en situación. Esta Medea mix de Iniesta comienza más atrás y sube a escena parte de los acontecimientos que Eurípides escatima: la seducción de Medea, sus dudas sobre si seguir o no a Jasón, la persecución de la nave de los argonautas, el asesinato de su hermano...
Atalaya, de Sevilla, es la compañía española más representativa de una tendencia poco cultivada en nuestro país: el teatro laboratorio. La que más tiempo lleva remachando en un clavo forjado en las teoría del actor biomecánico y en un entrenamiento físico similar al que practica el Odin Teatret. Desde 1988, ha abordado obras de Maiakovski, Lorca y Müller, una Elektra en la que los intérpretes se vaciaban y un montaje de Divinas palabras, de Valle-Inclán, expresionista, rápido, en los antípodas del último que José Tamayo hizo de esta obra. La Medea que Atalaya representa en el anfiteatro romano de Mérida está mucho más depurada que su Elektra. En ésta había un despliegue apabullante de ejercicios, un deseo de dejar constancia de sus capacidades. En Medea hay una claridad expositiva mayor, sin perder el sello de la casa en el intento. Entre las soluciones expresivas que aporta Iniesta destaca un juego permanente con siete tablas en forma de cuña que, puestas verticalmente, son columnas que ocultan a los intérpretes: éstos las inclinan para que sirvan de rampa, las lanzan al suelo de improviso, con estrépito, trenzan con ellas un ballet geométrico e improvisan la nave de los argonautas, desde la que tienden una pasarela para abordar la que pilota Aspirto.
En el montaje de Iniesta, cuando Jasón visita la Cólquide, lo reciben dos Medeas: una, solar, arde por seguirle; otra, lunática, jura que jamás hará lo que acabará haciendo. Toda la representación se apoya en un trabajo musical a capella muy expresivo, dirigido por Esperanza Abad: hay un planto que parece africano, cantos de resonancias griegas y caucásicas, monodias de origen difícil de precisar... Las voces son buenas. La música grabada, en cambio, sobre todo cuando entra a gran volumen, chirría en un montaje de cámara como éste: parece que intenta tapar vacíos y llenar transiciones. En escena sólo hay siete intérpretes, desdoblándose permanentemente, y pocos objetos a los que sacan todo el partido. Es difícil abarcar el escenario del anfiteatro, y lo consiguen. Las chicas dicen el texto con naturalidad, aún en el grito y en el gesto expresionista: los chicos tienden a hacerlo solemne. El público siguió en silencio la representación de anteanoche, con las entradas agotadas (también se agotaron ayer), y mayoritariamente acabó aplaudiendo en pie.
Babelia
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