El vuelo de los zancos
Sudan. Y no sólo por el calor de una mañana de julio. A los danzadores (que no danzantes; así se llama la cuesta a ellos dedicada: cuesta de los Danzadores) de Anguiano les recorre un sudor frío en los instantes previos a la aparición de la santa. Saben que cuando eso ocurra habrá llegado el momento largamente esperado: aupados en sus zancos de madera de 50 centímetros, girando sobre sí mismos con sus amplísimas enaguas amarillas que forman una especie de globo alrededor de su cintura, de sus muslos, de sus piernas -lo que les proporciona una cierta estabilidad-, habrán de bajar primero los siete amplios escalones de la plaza, frente a la iglesia de San Andrés; después, la angosta cuesta. Para ser exactos, habrán de tirarse la cuesta para, al llegar a la plaza Mayor, subirla de nuevo trabajosamente y lanzarse una vez, y otra vez más, mientras la comitiva lo permita. Suenan las dulzainas y el tamboril, y la emoción, los colores, el sudor y la adrenalina flotan en el ambiente.
Para los jóvenes de este pueblo de la sierra de Cameros riojana la danza de los zancos ha sido, durante siglos, una ceremonia de iniciación; una vez superada, entraban en la edad adulta. Los danzadores -ocho- suelen mantenerse en activo hasta el matrimonio. Los niños reciben los zancos ya gastados como el mejor de los regalos y prueban a emular a los mayores.
La singular danza tiene dos fechas principales: el 22 de julio, festividad de la Magdalena, y el último sábado de septiembre, llamado de Gracias. En ambos casos se amplía a algún día más.
La fiesta está llena de historias hermosas, como la recuperación de la melodía original de la danza (adaptada por los sucesivos gaiteros) gracias a que uno de los más viejos del pueblo, Pedro el Mosco, fue silbándola nota a nota, mientras un músico la anotaba. O la reincorporación de la figura del cachiberrio, quien, con sus versos, hace un satírico recuento de los aconteceres locales, cosa que en los pasados sesenta no cayó muy bien; por suerte, el cachiberrio duró más que las autoridades que lo prohibieron. O, en fin, la vuelta de esos troqueados (paloteo) de los propios danzadores, ya sin los zancos, que también cayeron durante algún tiempo en el olvido.
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