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Reportaje:LOS PARQUES DE MADRID | El Retiro

Un espacio con muchas caras

400.000 personas acuden cada semana hasta la zona para disfrutar del tiempo de ocio

El parque del Buen Retiro, uno de los pulmones de Madrid con 118 hectáreas de extensión, es el lugar favorito para muchos madrileños a la hora de disfrutar de sus momentos de ocio. Hasta allí acude una media de 400.000 personas a la semana, aunque esta cifra se incrementa a medida que se acerca la primavera, y los calores comienzan a apretar. Un paseo entre sus veredas y caminos, una caminata a lo largo del estanque, una tarde de juegos en las zonas infantiles. Cualquier excusa es buena para acercarse hasta este enclave verde, encuadrado al norte por las calles de O'Donnell y de Alcalá; al este por la avenida de Menéndez Pelayo; al oeste por Alfonso XII, y al sur por Poeta Esteban Villegas.

El Retiro varía de la noche al día. Por las mañanas es territorio principalmente de padres y niñeras con los más pequeños. Sus 17 zonas infantiles están desde primeras horas de la mañana ocupadas por bebés en cochecito, madres que se guarecen del sol debajo de las copas de los árboles y por muchos niños en los columpios -cada vez más sofisticados-, o jugando al balón en las inmediaciones (en mitad de los jardines). Los turistas también se sienten allí a sus anchas. "Ojalá tuviese en mi ciudad un parque como éste", añoraba una pareja de jubilados almerienses, que se declararon "amantes del Retiro".

En fin de semana, el parque es terreno de tragafuegos, malabaristas, poetas, cantantes... todos tienen su hueco. A cambio, un estipendio con el que poder mantenerse. La situación para ellos no es fácil. Javier Fernández, peruano de 52 años, sobrelleva desde hace seis años las altas temperaturas veraniegas en el interior de un disfraz del oso Winnie the Pooh. "Es mi única forma de ganarme la vida. Nadie quiere emplear a un hombre mayor, y menos enfermo", explica el animador, que tras una jornada puede volver a casa con una media de entre seis o siete euros.

A medida que oscurece, el Retiro cambia de cara. Los titiriteros y los jóvenes se hacen notar en cada avenida. La noche -el parque está abierto de mayo a septiembre desde las 7.00 hasta la medianoche- es pasto de todo tipo de gente, principalmente jóvenes y parejas, aunque los grupos y pandillas también copan las praderas. Los carteristas, sin embargo, se sienten más cómodos cuando las sombras se alían con su trabajo.

En estos momentos las familias comienzan a salir por una de las 18 puertas del recinto. Las caras cambian. Ya no se ven tantos niños, y la media de edad de los visitantes decrece sensiblemente. Ahora son las parejas que buscan lugares ajenos a las miradas de los curiosos, las pandillas que practican artes marciales, juegan con fuego o charlan animadamente, y los traficantes de poca monta (que esconden su mercancía entre los arbustos) los que habitan el Retiro. "No me impresiona pasear de noche, aunque reconozco que puede ser peligroso", afirma Rodolfo, un jubilado que adora los paseos nocturnos por las veredas del parque.

El monumento de Alfonso XII -situado frente al estanque-, y la columnata que lo rodea, se convierten los sábados y domingos en territorio comanche. Cientos de jóvenes acampan entre las piedras históricas y dejan paso a la música, a los malabares. Mucha diversión en la que está también presente el alcohol y las drogas. Tambores, yembés y timbales resuenan a medida que el visitante se acerca a las inmediaciones. Cuando anochece, las luces del monumento que dan al estanque los convierten en estrellas de un escenario al aire libre.

En esta zona se vende de todo. Desde tobilleras a latas de cerveza por 1,50 euros, hasta pendientes o trenzas para el cabello. "Venir aquí mola mazo", comenta una joven con un litro de cerveza en la mano. "Te fumas tus porritos y no molestas a nadie. Te diviertes con los colegas y pasas de malos rollos", justifica la joven, mientras lía una trompeta. Tanta algarabía provoca, y debido a la escasez de baños en el Retiro -existen sólo cuatro evacuatorios públicos, uno en la zona norte, dos en el paseo de Venezuela y otro en el sur, en el paseo del Duque Fernán Núñez-, malos olores en las inmediaciones. La basura también se acumula.

El mismo sitio un lunes a mediodía refleja otra estampa. Ahora la zona es pasto de turistas con la cámara de fotos en alto, de algún pintor aficionado y de una excursión de jubilados. Los hay que incluso toman el sol. Ya no hay rastro de basuras, ni resto alguno de la gran fiesta al aire libre del día anterior.

La policía -"hay mucha, pero sólo en la zona donde hay gente", se queja el dueño de un quiosco que trabaja en el Retiro desde hace 20 años- es también el talón de Aquiles para los vendedores ambulantes. Masajistas, artesanos, tatuadores. Todos temen que llegue la policía -muchas veces de paisano- y les soliciten la documentación y el permiso para trabajar. "La mayoría somos extranjeros", explica Milton, un superviviente del Retiro desde hace un par de años, que confiesa estar cansado del acoso de la policía. "Sobre todo persiguen a los chinos que dan masajes", asegura.

El parque es también lugar de encuentro. Los jardines de Los Planteles, en la zona sur del parque, se convierten en una zona de ligue, sobre todo homosexual, desde primeras horas de la mañana, y hasta que cae la noche. La prostitución en el parque, sin embargo, no está presente, al menos para el visitante que se pasea en sus inmediaciones.

Desde que Felipe IV construyera el parque como residencia de recreo hasta que en 1869, con la I República, se abriera al público, el Retiro sigue siendo un lugar donde las caras y los propósitos lúdicos, turísticos, deportivos y comerciales se mezclan.

Un hombre hace un crucigrama junto al lago del Parque del Retiro
Un hombre hace un crucigrama junto al lago del Parque del RetiroUly Martín

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