Pradera se traga un perro y se come una señal

Hay ciclistas con cara de vinagre, introvertidos y resentidos. Hay ciclistas, menos, que sonríen de vez en cuando. Y hay gente como Mikel Pradera, el imponente gregario del Baleares-Santander, que nunca pierden la sonrisa. Aunque hayan nacido para martillo y del cielo les caigan los clavos.

El domingo, el día de Finisterre, el día del agua y del miedo, a Pradera se le cruzó un perro por delante y se cayó. Ayer, martes 13, un día tranquilo, rápido y ordenado, el primer día en el que los ciclistas, alegres, vieron alargarse las sombras que surgían de sus bicicletas, Pradera se cruzó con una isleta y una señal y se fue al suelo en acrobática voltereta. En su caída arrastró al noruego Arvesen, otro damnificado de montoneras varias. A Pradera le fue más difícil sonreír en la meta, sobre todo por las caras de preocupación de los que le rodeaban. Pradera se tragó la señal y la isleta porque cuando se percató de su existencia era demasiado tarde. Faltaban 10 kilómetros para la llegada. Ante el pelotón se alzó la figura de un gendarme plantado en mitad de la carretera agitando de lado a lado una bandera amarilla. Peligro, isleta central. Y detrás de esa isleta había otra, y otra, y otra. Había siete. La séptima es la que Pradera se encontró en su camino cuando decidió cambiar de carril. Ante ella, afrontada en el último segundo, dudó como duda quien se encuentra con alguien de frente en la acera. Dudó y siguió recto a toda velocidad. El golpe más fuerte lo recibió de pleno en el cuádriceps del muslo derecho. "Ahí duele mucho y probablemente hay rotura de fibras", dijo el médico del equipo, Jesús Hoyos. "Pero Pradera podrá salir en la etapa. Desgraciadamente será la más dura del Tour hasta ahora y Pradera no ha podido recuperarse mucho, por lo que será un calvario para él".