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Crítica:FESTIVAL DE BEAUNE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

William Christie, nuevo duque de Borgoña

El festival de Ópera Barroca de Beaune ha festejado con calidez los 20 primeros años de participación en el mismo de William Christie. El músico norteamericano, instalado de por vida en Francia, ha desplegado durante este periodo de tiempo en Borgoña un abanico de autores que abarca desde Monteverdi a Haendel y, por supuesto, todo el gran repertorio barroco francés de los Lully, Rameau o Charpentier. Ha renunciado en el día del homenaje a pompas innecesarias y se ha centrado en motetes pequeños de dos compositores galos que adora: Couperin y Rameau, con unos intermedios instrumentales de Jean-Marie Leclair. La fiesta ha tenido así un tono sosegado sin perder en ningún momento el carácter efusivo. A su lado en el escenario han estado el cantante escocés Paul Agnew, la violagambista Anne-Marie Lasla y las violinistas Catherine Girard y Maia Silberstein. El propio Christie, además de dirigir, ha tocado el órgano y el clave.

Inmediatez

Tiene la manera de hacer música de William Christie cierto concepto de inmediatez, en el sentido que da a esa palabra John Berger cuando habla, a propósito del arte, de los retratos y caras pintadas de Fayum, como un día publicó en este periódico y ahora se puede leer en el libro de ensayos El tamaño de una bolsa (Taurus). La inmediatez así entendida lleva asociada la naturalidad, la falta de artificio, cierta espontaneidad y, en el caso de Christie, una energía contagiosa que resulta irresistible. Conclusión: los motetes de Couperin y Campra sonaban como si fuesen música cotidiana y, más aún, lograron un efecto envolvente que la sensación de tiempo real saltaba en mil pedazos.

Además está la habilidad de brujo de Christie para componer los programas. En el de anteayer metió ya en la primera parte las Salve regina de los dos compositores llevando al público a un sentido de la participación, en clave de juego, con las comparaciones. La espiritualidad, la profundidad, el hechizo de los cinco motetes de Couperin contrastaban con el lado luminoso e italianizante desde el punto de vista melódico de los de Campra. Eran como dos caras de una época y los músicos conseguían que se pasase de una a otra con la misma facilidad que se puede no estar loco amando dos mujeres a la vez. De Campra me atrevería a destacar Florete prata, que se volvió a ofrecer como propina; de Couperin todo me pareció excelso. Paul Agnew cantaba, por si fuera poco, cada vez mejor y las instrumentistas estaban integradas en el concierto de esa forma diabólica que consigue Christie con sus músicos.

En una recepción inmediatamente posterior le regalaron los organizadores al maestro unas cajas de vino de una de las reservas más cotizadas de Borgoña, con lo que no pudo disimular la emoción y confesó algo que todos sabíamos: su gran afición a cocinar. Estaba tan ensimismado que al retirarse olvidó llevar consigo las cajas.

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