Resignación ante la deslocalización
La deslocalización parece haberse convertido en el chivo expiatorio de algunos de los males de la economía española. Algunas empresas explican que deben dejar de producir en Europa debido a los menores costes de fabricación en Asia, y con este argumento paralizan inversiones. La clase política también reacciona con desconcierto. Algunos políticos -los ministros del Gobierno francés son maestros en esta tarea- retuercen los argumentos hasta límites insospechados para justificar ciertas políticas públicas de claro corte proteccionista. Otros, en cambio, afirman que la deslocalización puede ser incluso buena y conviene gestionarla. Estas reacciones son bastante normales ante un fenómeno complejo. Sin embargo, corremos el riesgo de que, con la excusa de la deslocalización, nos resignemos ante lo aparentemente inevitable y acabemos justificando una actitud mediocre, tanto en las políticas públicas como en la estrategia de las empresas.
La deslocalización no es un fenómeno nuevo. Durante los últimos doscientos años, la dinámica de la innovación ha marcado unos ciclos de vida para los productos y para la mayoría de los sectores de una economía moderna. Además, estamos ante un fenómeno que se refuerza cuando la libertad de intercambios comerciales entre países permite a empresas de unos países comprar, vender o invertir en otros. En determinados momentos de la historia de un país la deslocalización puede dejar notar la crudeza de sus efectos a corto plazo con una especial intensidad, y quizás estemos ahora en uno de aquellos momentos.
En medio de esta actitud de resignación ante la deslocalización conviene no perder de vista algo central. La experiencia de Estados Unidos, un país con costes de fabricación elevados, pero con empresas tremendamente dinámicas e innovadoras, resulta muy elocuente. Junto a decisiones de deslocalización de ciertas empresas en algunos sectores -por ejemplo, el sector textil-, podemos observar otras empresas -el sector de semiconductores- que siguen compitiendo con éxito desde una plataforma de fabricación basada en aquel país. En Alemania ocurre lo mismo. Hasta en España podemos ver empresas que compiten a nivel internacional con una base de producción importante en el país de origen, con costes de fabricación supuestamente más elevados. Los ejemplos de Inditex, Puig, Roca o Ficosa resultan elocuentes. Estas empresas han sabido compensar costes laborales superiores mediante una productividad mayor, una mayor eficiencia en la logística, unos productos superiores o una excelente gestión comercial.
A la vista de estos y otros casos, no se puede sostener con carácter general la tesis de que la deslocalización es inevitable. Muchas empresas en sectores aparentemente maduros, como algunos de los mencionados anteriormente, han trabajado duramente para evitar aquella decisión. ¿Cómo? Reinventando la empresa, redefiniendo su modelo de negocio y ajustando la estrategia al nuevo contexto. Lógicamente, éste es un proceso que requiere tiempo. Sin embargo, es un proceso factible y que puede apoyarse en uno de los factores clave de la transformación de la economía española durante las últimas dos décadas: la emergencia de una gestión de empresas más profesional, a la altura de la que tienen otros países europeos, y con una probada flexibilidad y agilidad para el cambio.
En el debate actual sobre cómo impulsar el gasto en I+D se olvida una perspectiva fundamental: las principales innovaciones impulsadas desde el mundo de la empresa durante las últimas dos décadas han estado relacionadas no sólo con el gasto en I+D en sentido estricto, sino con la innovación en la gestión. Empresas como IBM, Microsoft o Intel han adquirido una posición preeminente en sus sectores no sólo gracias al enorme gasto en I+D convencional, sino también a la redefinición que han efectuado del propósito de su empresa y su modelo de negocio. Incluso empresas extraordinariamente intensivas en I+D como Siemens o General Electric deben una buena parte de su éxito a la mejora en la gestión empresarial.
¿Significa esto que hemos de abandonar la preocupación por aumentar el gasto en I+D? No. Ésta debe ser una prioridad clara. Sin embargo, las lecciones que podemos extraer de aquellas reflexiones son otras. Las nuevas condiciones que impone la rivalidad global exige que todas las empresas reinventen su modelo de negocio y reflexionen sobre cómo crear valor para los clientes de una manera única. En bastantes casos, aquella reinvención pasará por un proceso de deslocalización. Sin embargo, éste no es ni el único eslabón de una cadena de cambios ni es un camino inevitable. Por el contrario, el cambio interno de las empresas sí que resulta un factor imprescindible para el impulso a largo plazo de la economía y la supervivencia de las propias empresas.
Las empresas y las condiciones de la rivalidad global están cambiando a una velocidad de vértigo. El diseño de planes para impulsar el gasto en I+D resulta necesario, pero el impulso de la innovación y de la competitividad pasa por potenciar empresas sanas, viables a largo plazo, y con un empeño claro no sólo en descubrir ciencia básica, sino en aplicar correctamente el conocimiento hoy disponible para mejorar procesos y productos. Este objetivo exige buena gestión y políticas públicas que definan marcos estables, reduzcan la incertidumbre y generen confianza. Y exige también mejorar las condiciones para fomentar la iniciativa y los proyectos de las empresas ya existentes, y estimular el nacimiento de nuevas empresas que puedan proyectarse a largo plazo. Tener un mayor gasto en I+D es, sin duda, importante y necesario, pero tener empresas excelentes a nivel internacional es aún mejor y, hoy por hoy, más asequible.
Jordi Canals es profesor del IESE.
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