El genio y su heredero
Mark Spitz acude a prestar su apoyo a Phelps tras la victoria de éste en los 200 mariposa
Antes de comenzar con su Tourmalet particular, Michael Phelps ganó los 200 metros mariposa, su prueba predilecta, y recibió el apoyo explícito del hombre al que desafía. Mark Spitz apareció en escena entre ovaciones. Llegó a Long Beach para reunirse con Phelps, enfrascado en la homérica tarea de conquistar siete medallas de oro en los Juegos de Atenas, la cifra que alcanzó Spitz hace 32 años en Múnich. Nadie como Spitz se ha mostrado más entusiasta del nuevo fenómeno la natación. Se ve a sí mismo en el apogeo de su carrera y también observa los peligros de la decepción. En 1968, era el nadador de moda, un muchacho de 18 años que pretendía lograr lo nunca visto: seis medallas de oro en los Juegos de México. Se le tomó por un arrogante, se ganó ciertas enemistades en el equipo olímpico estadounidense y fue derrotado tanto por sus rivales como la presión. No consiguió ninguna medalla de oro en las pruebas individuales, ni en los 100 y 200 metros libre, ni en los 100 y 200 mariposa. Se conformó con dos oros en los relevos. Se dijo que había pagado el precio de la ambición. Nadie podía enfrentarse con una empresa tan descomunal.
Phelps: "Me elevó la moral tras la carrera. Ha sido emocionante conocerle"
Thorpe: "No podrá ganar siete oros. Tendrá mucha más competencia que Spitz"
Spitz regresó cuatro años después, en 1972, al mismo lugar de partida. No eran seis, sino siete las medallas de oro lo que buscaba. No falló ningún objetivo. Uno a uno batió los récords mundiales en las dos pruebas cortas de libre (100 y 200 metros en aquellos días) y en su especialidad favorita: la mariposa (100 y 200). Luego cerró de manera gloriosa las tres carreras de relevos. Siete victorias, siete plusmarcas mundiales, siete medallas de oro colgadas de su cuello en el póster que hizo época en la década de los 70. Nadó sin gorro, no se afeitó el bigote, no le importó ceder algunas centésimas por estas cuestiones de la fricción con el agua. Se retiró ese mismo año. Había demostrado que era el mejor nadador de la historia.
Phelps nació en junio de 1985. Comenzó a nadar con siete años en Baltimore. Tenía alergia a la clorina, le disgustaba introducir la cabeza en el agua y acudía a la piscina para acompañar a sus dos hermanas mayores, dos jóvenes promesas locales. No había oído hablar nunca de Spitz, con el cual tenía algunos puntos en común. Uno era la precocidad. Con diez años, Phelps comenzó a barrer las récords alevines de Estados Unidos. Otra coincidencia era su preferencia por la mariposa. Con 14 años se ganó un puesto en el equipo olímpico de Sydney. Con 15 batió su primer récord mundial, los 200 metros mariposa, naturalmente. Ningún hombre ha batido un récord tan joven en cualquier especialidad que se mida con el cronómetro.
Le preguntaron por Spitz después de conquistar su primer récord. "No sé quién es", dijo Phelps. Aquél a quien nombraban era una celebridad de otra época, de la California dorada de finales de los 60 y principios de los 70. Phelps vivía en la otra costa, en Baltimore. No escuchaba a Jefferson Airplane, ni a Buffalo Springfield, ni a los Eagles. Lo suyo siempre ha sido Eminen, el rapero blanco que insistentemente suena en sus auriculares antes de cada carrera. Til I colapse (Hasta que colapse) es su canción favorita, la que le motiva antes de cada carrera. Spitz le entiende. Sabe de la insufrible presión que padece su sucesor, y no hay nadie que le empuje más en su aventura.
Ian Thorpe, el otro emperador de la natación actual, considera que la empresa de Phelps está destinada al fracaso: "No podrá ganar siete medallas de oro. Esto no es 1972. Tendrá mucha más competencia que Spitz". Lo mismo dicen Aaron Peirsol y Ian Crocker, los dos únicos nadadores que le han derrotado en el último año. Aseguran que no podrá. ¿Por qué no?, se pregunta Mark Spitz. Es verdad que Phelps tendrá mejores rivales y que disputará más carreras en siete días (22 frente a 11, pues entonces no se disputaban semifinales y Phelps participará en una prueba más: los 200 espalda), pero considera que su joven heredero tiene las condiciones para afrontar la quimera.
Así que Spitz, poco habitual en el mundillo de la natación, se acercó a Long Beach y apareció por sorpresa tras la final de 200 mariposa. Había ganado Phelps, claro, con la segunda mejor marca de todos los tiempos (1m,54.31 segundos) y más de tres segundos de diferencia sobre el segundo, nada más y nada menos que Tom Malchow, el vigente campeón olímpico. Phelps estaba disgustado. No había batido el récord del mundo. Había gastado demasiada energía en los primeros 100 metros. Eso y un mal giro le habían privado del récord. Él es así. Un perfeccionista. Inesperadamente se encontró con Spitz, invitado por la organización. Por un momento, se mostró reacio a comentar la conversación. Phelps es un chico reservado. La fama tampoco le ayuda. Ha aprendido a responder "no comment" a las preguntas indiscretas. Pero finalmente comentó que Spitz le había ofrecido algunos consejos necesarios y todo su apoyo. "Me elevó la moral después de la carrera. Cosas como éstas te ayudan a afrontar un reto tan difícil. Ha sido emocionante conocerle".
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