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EE UU: el proceso de "hispanización"

Unos días pasados en la isla de Puerto Rico me han permitido introducirme a fondo en este fenómeno que parece imparable: la "hispanización" de Estados Unidos. Me refiero al hecho, hoy por hoy indudable, del crecimiento de la población de origen hispano en la gran potencia. Los puertorriqueños son ciudadanos norteamericanos y tienen parte activa en la decisión del presidente de Estados Unidos a través del llamado caucus hispano. He seguido las actividades de esta minoría a través del periódico El Nuevo Día, recientemente galardonado con el Premio Ortega y Gasset por su defensa del idioma español; la lectura de esas páginas no deja lugar a dudas sobre el hecho de que la minoría hispana es plenamente consciente de su influencia, canalizando una gran parte del voto hispano y su reflejo en la política estadounidense.

El fenómeno de la "hispanización" está acreditado, no sólo por esta presencia puertorriqueña, sino también de otras minorías, como la cubana en el Estado de Florida o la mexicana en California, pero de forma muy especial por el constante trasvase inmigratorio que tiene lugar en los estados del Sur que hacen frontera con México; una frontera de 3.500 kilómetros, imposible de controlar en toda su extensión. Así se ha producido un incremento imparable de la minoría hispana, que ha pasado de cuatro millones en 1950 a 32,3 millones en el año 2000; lo definitorio de esta presencia es que no pierdan la lengua de origen -el español- ni sus rasgos identitarios -basados fundamentalmente en el mestizaje filtrado por la mentalidad católica-. El hecho ha sido reconocido por todos los analistas, como, por ejemplo, el sociólogo Morris Janowitz, que decía en 1983: "Los mexicanos, junto con otras poblaciones de habla hispana, están creando una bifurcación en la estructura sociopolítica de EE UU que coincide aproximadamente con las divisiones por nacionalidades". Un reconocido experto en el tema señala: "La dimensión y diversidad de la minoría hispana, al proceder ahora de todo el continente iberoamericano, hacen de los Estados Unidos, junto con la población asiática, cuyo crecimiento se ha producido también en este periodo -10,8 millones o el 4%-, el país de mayor diversidad étnica del mundo, superior a la existente a principios del siglo XX, en el momento álgido de la emigración europea a través de Ellis Island" (Barnach-Calbo, 2001). En estas mismas páginas de EL PAÍS, Manuel Trujillo, reconocido psiquiatra español, con más de treinta años de residencia en Nueva York, decía lo mismo con otras palabras: "Es un proceso irreversible. Es lo más importante que ha ocurrido en Estados Unidos en los últimos años: que se ha abierto la puerta al concepto y la aceptación de una sociedad multicultural. Y el país más importante del mundo va a perder en treinta años su homogeneidad" (El País Semanal, 16 de mayo de 2004 ).

Sobre el mismo fenómeno ha llamado la atención recientemente Samuel Huntington, el profesor de la Universidad de Harvard, que habla de una "amenaza hispana". El adjetivo parece excesivo; llamar "amenaza" a la simple presencia física del mexicano, que sólo aspira a ganarse la vida, tener un trabajo y sacar su familia adelante, no cabe duda que es una exageración. Los historiadores mexicanos -incluso alguno en este periódico- han salido al paso de tal desmesura, pero no cabe duda que, desde un posicionamiento sociocultural, Hungtington tiene razón. Si tenemos en cuenta que Estados Unidos vertebra su identidad cultural en torno al eje: blanco, anglosajón, protestante (los llamados WASP), con uso exclusivo del idioma inglés, la presencia hispana tiene que sentirse como una amenaza. Sin duda a eso se refería también Trujillo en su entrevista cuando decía: "Estados Unidos tiene un núcleo duro con muchas ondas. Ese núcleo es probablemente la identidad cultural que va a cambiar. No sabemos cómo va a ser, pero va a suceder".

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La presencia de lo hispano en Estados Unidos parece irreversible, es una presencia lenta y pacífica, que no quiere ser amenaza, pero que, sin duda, va a implicar importantes cambios en el país. Probablemente tenía razón el novelista José Luis Sampedro cuando escribía lo siguiente: "Los pueblos del Sur se saben más débiles, pero ya no se resignan. Recurren a todos los medios y, como la demografía les multiplica, emigran como pueden a los países más adelantados; no de otro modo acabaron los romanos descubriendo que los llamados bárbaros ya les habían invadido".

El hecho, pues, parece incontrovertible. No obstante, algunos analistas consideran que la situación no es ninguna excepción al proceso de formación de la nación norteamericana, construida sobre la aportación de emigraciones múltiples y de orígenes muy diversos. Según los patrones de asimilación e integración en el país de acogida, hasta la tercera generación no se culmina el proceso: la primera generación mantiene la lengua de origen y la nostalgia del país de procedencia, de manera que sólo la tercera generación culmina el proceso de asimilación, lo que se hace especialmente pertinente en lo referente al idioma. La presión del inglés como instrumento imprescindible para el progreso social y económico hace inviable el mantenimiento de la lengua materna.

A dichas razones oponen otros las peculiares características de la población hispana. En primer lugar, un índice de natalidad muy superior al de la población blanca, e incluso de la negra, lo que multiplica geométricamente la demografía hispana. A este factor hay que unir otro de extraordinaria importancia, y es el contacto permanente de los hispanos con su país de origen; las minorías europeas rompían el lazo de comunicación con sus patrias originarias, pero eso no es lo que ocurre con los mexicanos, que mantienen contacto continuo y vínculos de relación constante con su país de origen, a uno y otro lado de la frontera. Si a esto unimos que los estados del Sur -Tejas, Nuevo México, Arizona, California- fueron en su día parte de México, los mexicanos que se asientan en ellos no se consideran extranjeros y tienden a reafirmar allí sus raíces, con la lengua incluida.

El caso de Puerto Rico es aún más curioso. Habiéndose constituido como parte de la nación norteamericana -aunque sea bajo dominio semicolonial-, defendieron a ultranza la lengua española como parte de su identidad cultural, y dándose el caso de que con su pasaporte estadounidense entran y salen libremente del país, su estatus lo convierte en punta de lanza de un proceso de "hispanización" que sin duda hará de Estados Unidos un país muy distinto al que ahora es.

José Luis Abellán es presidente del Ateneo de Madrid.

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