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Columna
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Lo nacional y lo social

Josep Ramoneda

No hay congreso irrelevante, ni siquiera los que vienen preparados por cabalgatas victoriosas. Del congreso del PSOE quiero destacar dos cosas: la confirmación de que la política española se está catalanizando y la peculiar atención a los movimientos sociales.

Desde que la elección del Gobierno tripartito en Cataluña abrió la temporada del cambio, lo catalán ha adquirido un protagonismo político que no tenía. Durante los ocho años del PP la cuestión vasca fue el telón de fondo permanente de la política española. Aznar lo utilizó como vara de medir: quien no estaba contra el PNV era sospechoso de deslealtad democrática. La irrupción del tripartito con su propuesta de reforma estatutaria -coincidiendo con un periodo sin atentados- ha ido paulatinamente eclipsando a Euskadi y ha colocado a Cataluña como referencia del debate político. Del plan Ibarretxe se habla mucho menos. Y Carod llegó a convertirse en el enemigo número uno, casi por encima de ETA a la que el Gobierno del PP daba más credibilidad que al líder republicano. Desde que se formó, el tripartito fue objetivo recurrente de las diatribas del PP para debilitar al PSOE como rehén de una perversa coalición nacionalista. El socialismo catalán ha sido decisivo en la apuesta de Zapatero por una España pensada en términos de pluralidad y por las reformas constitucionales. Los resultados del 14-M han dado a los diputados que representan al Gobierno catalán (los del PSC, Esquerra e Iniciativa) un peso decisivo en el Parlamento. Estos mismos resultados, ampliados con los de las elecciones europeas, han confirmado al PSC como una de las dos grandes bases electorales de los socialistas.

Desde sectores del maragallismo el congreso del PSOE se ha vivido como la constatación de que su fuerza les permite marcar tiempos y calendarios. Sostienen que ha quedado claro que si quisieran exigir un grupo parlamentario propio el PSOE tendría que ceder y que es el PSC el que ahora, libremente, puede decidir aplazar la petición. Las relaciones entre PSOE y PSC prometen muchas emociones en los próximos meses. Las ponencias de los congresos están hechas para no ser leídas. Generalmente, pasan pronto a los archivos sin que nadie se acuerde. En la ponencia de la comisión del congreso del PSOE (Comunicación y relaciones con la sociedad) hay un análisis sobre los movimientos sociales, relativamente insólito en un partido de gobierno. La ponencia recuerda la importancia de los movimientos sociales que con sus movilizaciones abrieron el proceso de cambio que ha vivido España. Constata que para muchos ciudadanos estos movimientos son una forma más atractiva de participación política que los partidos. Reconoce que el PSOE ni puede ni debe intentar controlarlos. Afirma que comparte con ellos posiciones en el ámbito ideológico y moral, aunque al ser enumeradas queden en la vaporosa galaxia de las buenas intenciones: "Ideas de progreso, de paz, de conservación del planeta, de cambio social, solidaridad y libertad". Y sostiene que hay que "contar con estos movimientos sociales a la hora de diseñar nuestra estrategia, respetando la autonomía de cada cual" y generando "un clima de confianza mutua". Es la traducción congresual del "No nos falles" que Zapatero parece tener grabado en su memoria como antídoto al síndrome de La Moncloa.

Quizá la decisión del presidente de promover una ley que obliga a consultar al Parlamento siempre que se desplacen tropas fuera de España tenga que ver con el afán de dar respuesta a algunas inquietudes de los movimientos sociales. En cualquier caso, la ponencia de la Comisión 3 es una señal más de que Zapatero podría estar llevando a cabo una verdadera transformación del PSOE hacia un partido de nuevo tipo, más permeable, menos prisionero de los intereses gremiales de sus dirigentes y de la jerga y los vicios de la clase política y sin miedo a lo viejo (los nacionalismos) y a lo nuevo (los movimientos sociales). Lo cual, sin embargo, parece poco compatible con la aprobación por unanimidad del informe del secretario general y su elección por una mayoría soviética del 95% de los votos. Sin duda, hay que aplicar el atenuante de reconocimiento de un líder que ha sacado al PSOE del pozo en tiempo récord. Pero sin debate de ideas poca apertura a la sociedad habrá.

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