_
_
_
_
_
Reportaje:

Chupinazo a la madrileña, sin consecuencias

Navarros afincados en Madrid festejan al patrón pamplonés cuatro años después del reventón de cohetes que causó seis heridos

Centenares de navarros residentes en Madrid acudieron ayer a su cita anual con la fiesta de su patria chica en una iglesia del arranque de la calle de Eduardo Dato. Una pincelada blanca de camisas y otra, a la altura de los cuellos, de color rojo, dibujaban el atuendo de los congregados en las inmediaciones de la iglesia de San Fermín de los Navarros, templo neomudéjar con torre y carillón, ayer mudo. Muchas mujeres, algunas con niños en sus cochecitos, varones de pelo cano y jóvenes divertidos, acudían a celebrar la onomástica del obispo de Pamplona martirizado en Amiens (Francia) en el siglo II, cuya conmemoración anual convierte la capital de Navarra en la fiesta por antonomasia, y a Madrid, en alegre sucursal suya.

El carillón falló y no hizo sonar la 'Marcha para la entrada del reyno', el himno que inaugura el festejo

A falta de toros, los navarro-madrileños, unos 12.000 - ejecutivos, profesionales acomodados y estudiantes en su mayoría, más 600 religiosas- se reúnen junto al templo a mediodía de la víspera del santo para compartir con vino, chistorra y buen humor la añoranza de su amada tierra, en su memoria siempre verde, rica en mieses y transparente bajo un cielo diáfano.Frisando el mediodía del 6 de julio, las miradas de los reunidos se alzan hacia el reloj de la torre del templo, de cuyo carillón esperan escuchar los sones del himno de las Cortes de Navarra, que da comienzo a la fiesta madrileña. Pero, en esta ocasión, no ha sonado. "Se ha comido el himno", comenta una señora muy animada, que asegura ser de Fitero, localidad monacal del siglo XII. Un adulto de gafas y chaqueta gris, cerca de ella, dice entre dientes, como un presagio: "A ver si esta vez también la vamos a tener". Y se lleva la mano al cuello.

Con tan enigmática frase parece referirse a la víspera de San Fermín de 2000, cuando, en este mismo escenario, abarrotado de público -niños incluidos-, sobrevino un episodio que pudo desembocar en verdadero drama: Nieves Covarrubias tomó de Cruz Baleztena, sesentón fornido, un cohete para prenderlo con un habano e iniciar así, según la tradición, el chupinazo sanferminero; en errática trayectoria, el cohete chocó contra el muro de la iglesia, mientras fray Daniel Elcid prendía otro proyectil que distrajo a Baleztena; a éste, que retenía media docena de cohetes en su otra mano, le ardieron todos súbitamente y comenzaron a salir disparados en todas direcciones, en vuelo rasante sobre las cabezas de los asistentes, yendo a dar de pechos al suelo ancianos, hombres, damas y más de una monja, entre el pavor de los críos, que rompieron a llorar horrorizados. Seis personas resultaron lesionadas; entre otras, el párroco, fray Antonio Ezcurra, con un impacto en el cuello que le abrasó la clavícula.

Baleztena, que sufrió graves heridas en una mano, no ha sido visto este año por el pórtico de San Fermín de los Navarros. "Está bien, pero no ha venido", afirma una señora. En su lugar y con un cometido parejo al suyo de entonces figura hoy un treintañero de sonrisa abierta, Carlos Oñate, madrileño hijo de navarros, que bajo el arco de entrada al templo fuma un puro especial. "Es un farias y está listo", comenta, mientras a su lado le sujetan un escudete de madera con dos alcayatas donde otros cohetes -"confiemos que benignos", ríe un joven que lleva una camisa de una entidad bancaria de Pamplona- van a ser introducidos, "de uno en uno", para ser propulsados desde la brasa de su cigarro hasta el mismo cielo. En ese preciso momento suena al lado de Oñate otra voz, viril: "¡Navarros!, ¡madrileños! Viva San Fermín". Un alegre ¡viva! recorre todas las gargantas, mientras las miradas se centran sobre la pirotecnia del escudete de Oñate y las manos alzan sus pañuelos rojos frente a los rostros, como para cubrirse. "Que no los mueva como Baleztena", susurra un lugareño de Lesaca, casi en la frontera francesa. La voz ritual procede, desde un micrófono, de Javier de Lizarza, pelo blanco ondulado, camisa abierta, traje beis y pañuelico rojo al cuello; es abogado y preside una de las cuatro asociaciones de sus paisanos en Madrid. Tras el grito de rigor, los cohetes suben al cielo y explotan -"y esta vez no le han endiñado a nadie", razona Fermín mientras arranca de un altavoz música pamplonesa que inunda la calle de compases. Comienza a fluir gratuitamente vino rosado y chistorra -ahora la llaman chistor-. Cuatro euros cuesta una bandera de Navarra, seis una gorra y hasta 21 euros un pañuelo rojo, insignia personal de la fiesta. Todos ríen y muchos se marcan una jotica. "Un año más... y vivos", grita divertida una navarra recia. El párroco, que en 2000 resultó herido en el cuello por un cohete torcido, hoy sonríe alegre. "Aquello pasó. Viva San Fermín".

Del paseo del Cisne a Nuevo Baztán

Madrid cuenta con cuatro asociaciones de naturales de Navarra, que festejan con distintos actos al patrón pamplonés entre el 6 y el 14 de julio. Su icono es la iglesia de San Fermín, en la calle de Eduardo Dato, hasta la Guerra Civil denominada paseo del Cisne. Precisamente hoy se celebra, a las ocho de la tarde, una misa solemne cantada por una coral llegada de la capital foral para la ocasión.

El templo fue edificado en 1890 y desde entonces ha sido regido por frailes franciscanos; de ellos, según preceptos que se remontan al año de 1684, fecha de la fundación de la Real Congregación de San Fermín, siete de cada diez frailes han de ser navarros de nacimiento, como el propio párroco de la iglesia, fray Antonio Ezcurra, natural de Ororbia, donde nació hace 60 años.

La iglesia alberga en su interior excelsas tallas en madera policromada surgida de la mano del escultor Luis Salvador Carmona, uno de los cinceles de más nombradía del siglo XVIII, autor de algunos de los más bellos pasos de la Semana Santa madrileña. En su carillón, de la Unión Relojera Suiza, se escucha cada 6 de julio la Marcha para la entrada del reyno, himno medieval de las Cortes de Navarra que rubrica el comienzo de la fiesta sanferminera en Madrid. El reloj presenta la particularidad de que es accionado desde la calle donostiarra dedicada al poeta Iparragirre.

Otro rito de parte de la comunidad navarra en Madrid consiste, cada mes de marzo, en acudir a Nuevo Baztán, cerca de Campo Real, donde un prohombre navarro, Juan de Goyeneche, creó, mediado el siglo XVIII, un emporio industrial y agrícola, así como un palacio en piedra, de gran belleza y solidez, al que llaman El Escorialín.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_