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VISTO / OÍDO
Columna
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Licenciados, doctores

Recuerdo el cartel de un candidato a las elecciones en la República: "Francisco Largo Caballero, estuquista". Había empezado a trabajar a los siete años: recadero, aprendiz de encuadernador, cordelero. Pablo Iglesias era cajista de imprenta, como el Julián de La verbena de la Paloma. Me viene a la memoria cuando veo las calidades de la ejecutiva del Partido Socialista Obrero: no hay ningún obrero. Son licenciados y doctores: sobre todo, en Derecho, que es la carrera española (uno es "maestro industrial" y va sin corbata). Eso sí, la mitad son hombres: aguantan la "discriminación positiva". Debía haber más selecciones: obreros, empleados, funcionarios. Y por edades: un cupo de gente mayor, que tiene tanto raciocinio como la de media edad, y gente muy joven, aunque algunos lo son. Sería bueno una amplitud mayor en la representación de la sociedad. No sé la razón por la cual un partido que quiere representar la izquierda se inclina hacia esa clase. Puede ser que España haya derivado a una situación de "profesionales", palabra genérica que hoy tiene un falso contenido superlativo y se refiere a estos titulados que ejercen por su cuenta. O que la política necesite de personas con unos conocimientos específicos: además del derecho, empresariales, ciencias políticas (una contradicción: la política no es una ciencia, aunque haya "politólogos"), sociología, economía (la gramática no cuenta).

Parece un regreso a los tiempos de la transición (los posteriores a la revolución francesa) en que había unas condiciones para votar, y otras más estrechas para los elegidos: cierto grado de instrucción, cierto nivel de ingresos, algunas posesiones, edades "responsables" y un sexo macho: el "sufragio censitario" que llegó a ser "universal". Tampoco se debe pretender una aristocracia al revés, en la que primen los desfavorecidos por el mero hecho de serlo. Muchos de los profesionales, con sus carreras duras y caras, y su "máster" de propina, están sin empleo o ganan menos que un buen estuquista. Pero esta decantación hacia los "profesionales", que se encuentra en todo -la exigencia o la primacía de un título para cualquier puesto de trabajo-, y se suele llamar "titulitis", crea la sensación de que quien no tiene tal título no tiene capacidad, o calidad. Un sentido de clase, no socialista.

(Ah, en Internet, o por el correo electrónico, se suelen ofrecer títulos universitarios de Estados Unidos por poco dinero. Pero dinero, al fin).

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