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Reportaje:

La desilusión de los pobres

Vecinos del arrabal chií Ciudad Sáder que celebraron la invasión apoyan hoy la lucha armada contra EE UU

Ángeles Espinosa

La comunidad chií de Irak fue la que más celebró la llegada de las tropas estadounidenses. Un año después, el más populista de sus líderes, Múqtada al Sáder, lanzaba en abril un desafío contra la ocupación que todavía resuena en las calles de Ciudad Sáder: un arrabal de Bagdad en el que se concentran la mayoría de sus seguidores.

"Al principio todos estuvimos muy contentos de que echaran a Sadam", dice Karim en su modesta casa de Ciudad Sáder, "después nos hemos ido desilusionando". Su hijo Husam, seguidor del radical Múqtada, es más rotundo: "Los americanos iniciaron los problemas". "Cuando empezaron a rodear las mezquitas, la gente se enfadó y muchos comenzaron a tirarles piedras", explica Karim.

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En este implante del sur rural en la capital persisten la mayoría de las costumbres tribales y la visita inesperada de extraños se considera una intromisión. Pero de ahí al uso de las armas... "Los americanos son infieles y no podemos consentir que entren en nuestras mezquitas", justifica Husam repitiendo la propaganda radical.

Karim, que es un fiel seguidor del gran ayatolá Alí al Sistani, mucho más moderado y pragmático,asegura que su hijo sólo comparte las ideas de Múqtada, pero que no participa en la lucha. En cualquier caso, la desesperación de sus palabras revela problemas más acuciantes. Husam, como su hermano Juzam y el 90% de los jóvenes de este arrabal bagdadí, está desempleado y aunque acaba de casarse se ve obligado a vivir con sus padres. "Aún no hemos podido construirle una habitación independiente arriba; hemos gastado todos nuestros ahorros en comprar esta casa", se disculpa el progenitor.

Este obrero habilidoso ha logrado hacerse imprescindible en la fábrica de cables en la que trabaja desde 1985, pero la mayoría de sus vecinos están en el paro. A fuerza de ejercer lo mismo de mecánico que de electricista, gana un salario de 200.000 dinares al mes (unos 120 euros) con los que mantiene a su mujer, sus siete hijos y su nuera. Los viernes, su día libre, hace chapuzas. Así ha conseguido cambiar su vieja vivienda por chamizo en una esquina soleada que ha transformado en una casa de 70 metros.

"Nos trasladamos hace tres meses", dice orgulloso en el salón de recibir, una modesta estancia con unos cojines en el suelo, una televisión, un vídeo y retratos del imán Alí en todas las paredes. La mujer, dos hijas y los niños pequeños observan a la extranjera desde la cocina. Es el paraíso comparado con el exterior lleno de basura.

Los padres de Karim se trasladaron en 1962 a Bagdad desde Amara, 365 kilómetros al sureste de la capital, en busca de un medio de vida. El arrabal, que entonces se llamaba Ciudad Revolución, apenas era una acumulación de chabolas desordenadas. "En los años ochenta, con el barrio rebautizado Ciudad Sadam, el Gobierno instaló el sistema de desagüe y asfaltó numerosas calles", recuerda este hombre enjuto, que aparenta más de sus 45 años. "En los noventa, se olvidó de nosotros y cundió la desesperanza".

Ciudad Sáder, como el resto de Bagdad, carece de un sistema municipal de recogida de basuras. "Estados Unidos no nos ha proporcionado ningún servicio", señala Karim. "Antes de la guerra, Bush y Blair prometieron que mejorarían nuestras condiciones de vida", añade. Los portavoces oficiales dicen que lo han hecho con la distribución eléctrica y de agua. "No en este barrio", dice el hombre; "tenemos dos horas de electricidad cada seis, algo menos que en enero de 2003", antes de la invasión.

Karim, como el resto de los vecinos, no entiende por qué no se ha solucionado el problema. "Durante la guerra, no bombardearon las centrales eléctricas y prometieron incrementar los kilovatios". Pero lo peor es el agua. No llega al barrio hasta las doce de la noche. "El caudal es como un hilo de seda; tenemos que utilizar bombas eléctricas para llenar los depósitos antes de que se vuelva a cortar a las cuatro o las cinco de la madrugada", dice. "Igual que con Sadam".

La falta de mantenimiento de las tuberías, que datan de principios de los ochenta, hace que tengan muchas fugas y, lo que es peor, que se produzcan filtraciones del alcantarillado. En algunas zonas, el olor del agua delata esa contaminación. "Hay muchas personas enfermas del estómago, especialmente niños", dice. La postal está lejos del nuevo Irak que promueven las autoridades y sus mentores estadounidenses. Mientras no se acorte la distancia, Múqtada seguirá encontrando eco entre los hijos de Karim y sus vecinos.

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Sobre la firma

Ángeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo árabe e islámico. Ex corresponsal en Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'Días de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y Máster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

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