_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Andaluces

En el suplemento Andalucía. Especial Vacaciones, publicado en este diario el 19 de junio pasado, Luis García Montero insistía, al ir desgranando las virtudes turísticas de su comunidad natal, en que el factor humano es primordial entre ellas, que "todo acaba y comienza en la gente", que "la gente es el mejor argumento de Andalucía, su invitación en carne y hueso al Sur". O sea que, pese a los innegables encantos monumentales de la comunidad, de la variedad de sus paisajes y ofertas de mar, llanura y sierra, lo que cuenta de verdad, lo que merece atraer sobre todo hacia Andalucía a los turistas, nacionales e internacionales, son los aproximadamente ocho millones de seres humanos que pueblan hoy estos territorios y que, por merecer tan alta consideración del poeta, deben compartir características que de alguna manera los diferencian de los demás españoles.

Pero, ¿se puede generalizar acerca de los andaluces? ¿Son más alegres, más vitales, más respetuosos, más ocurrentes, más graciosos que sus compatriotas? ¿Qué es lo específicamente andaluz, si es que existe tal cosa? Mientras leía y releía el comentario de García Montero se me iban apareciendo un sinfín de rostros de españoles -y lo siguen haciendo mientras escribo estas líneas- conocidos a lo largo y a lo ancho del país, así como fuera, durante más de cuarenta años, y juro por mis dioses que a casi todos los encuentro, por decirlo así, muy andaluces. O sea, normales, abiertos, campechanos, generosos, acogedores, con la espontaneidad y falta de esnobismo que siempre he apreciado en España.

Para Antonio Banderas, en el mismo suplemento, Andalucía es "una tierra mágica con una fuerza única... un paraíso en el que casi todo es posible". Sólo superlativos. Sólo elogios. Y Miguel Ríos dice que la recomienda a sus amigos "porque nunca te deja mal. Nunca defrauda las expectativas que todos hacemos cuando vamos a emprender un viaje". Pero, en serio, ¿Andalucía nunca te deja mal? ¿Nunca defrauda? ¿Nunca? No puede ser. Defrauda profundamente, por ejemplo, cuando permite la brutal destrucción de la Vega de Granada, que el cantante tiene delante, y que se consume a un ritmo frenético. Defraudan su baraúnda nocturna, intolerable para muchos turistas -así consta año tras año-, y las motos de los niñatos incontrolados. Habría que andar con un poco de sentido crítico. Hay andaluces estupendos y andaluces menos estupendos. Hay andaluces alegres y andaluces depresivos. Andaluces que leen la prensa (la minoría) y andaluces que no la leen nunca (la mayoría). Andaluces matones y andaluces pacíficos, andaluces que van a los toros y andaluces que no van a nada. Aquí, como en cualquier lugar, hay de todo.

Hace unos veinticinco años, cuando llegué a Madrid, alguien me preguntó que por qué no seguía más al sur. Contestación: para un hombre nacido entre las brumas norteñas, la Villa y Corte era ya espectacularmente meridional. Luego hice lo que me habían recomendado. Me ha ido requetebién pero sigo pensando, de verdad, que lo único que realmente distingue a los andaluces de los demás españoles es la dicha de vivir... en Andalucía.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_