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Columna
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Lujo de detalle

"De esa multitud de pequeñas cosas es de lo que depende la ilusión", escribió Diderot. Se refería a la ilusión literaria y a los detalles que contribuyen a hacer creíble, envolvente, una historia. Y es que la sensación de realidad, de autenticidad, de lo que se nos cuenta pende casi siempre del hilo de un milímetro de descripción, de una exclamación que suena a propia, de un gesto leve. Y del mismo modo, no son los grandes sucesos los que nos hacen perder la confianza en un relato sino algunos detalles mal elegidos o mal puestos: un objeto improbable, un rasgo forzado, una palabra pronunciada a destiempo. Lo que vale para la ficción vale para la vida, privada o pública; es en el canto de los detalles donde se juegan muchas veces su cara o su cruz. La llegada abrupta del calor ha hecho que se dispararan esta semana las alarmas de la memoria y, consecuentemente, el consumo de la electricidad necesaria para hacer funcionar climatizadores, ventiladores y otros aparatos de refrigeración. Todos tenemos en la cabeza el horror del verano pasado en que decenas de miles de personas murieron en Europa literalmente achicharradas, y en el que se revelaron deficiencias e imprevisiones en los sistemas asistenciales. La magnitud de esa tragedia de agosto permite esperar que todas las lecciones han sido debidamente aprendidas, que se han subsanado errores y carencias; y que las autoridades y las instancias competentes están hoy preparadas para afrontar la eventualidad de otro verano al rojo vivo. Verano ardiente que, por otro lado, los partes meteorológicos no presagian; lo que quiere decir que no habrá necesidad, probable y afortunadamente, de probar ni los aprendizajes ni las nuevas medidas. Que éstas y aquellos permanecerán en el ámbito de la ilusión (des)confiada que pende de ciertos detalles.

Que reviente el suministro eléctrico al primer amago de verano no alienta la confianza

Llamaré detalles-cruz a los que no invitan precisamente a la tranquilidad y al abandono. El que en determinados lugares el consumo privado de refrigeración reviente el suministro eléctrico al primer amago de verano no alienta la confianza en que las estructuras están preparadas para lo peor, ni siquiera para la mitad de lo peor. No haber medido adecuadamente las necesidades energéticas de las nuevas y multiplicadísimas instalaciones de climatización y aire acondicionado parece un error de base y de bulto. Por otro lado, la noticia de que la legionela ataca mortalmente de nuevo, a través de las torres de refrigeración de siempre, es otra cruz. Una gran cruz y no precisamente al mérito de la prevención sanitaria, cuando se archisabe que esos conductos son los antros preferidos de la bacteria.

Para representar un detalle-cara me voy a alejar un poco en el espacio y en el tiempo. No porque no existan ejemplos más próximos, sino porque éste reúne las dos vertientes detallistas: la porción significativa y la atención afectuosa. Hace años estaba en Londres cuando Lady Di se confesó por primera vez ante las cámaras de TV. Del acontecimiento recuerdo sobre todo que las autoridades británicas decidieron aquella noche aumentar sustancialmente la capacidad del tendido eléctrico. Sabían que el programa tendría millones de espectadores; y que todos harían, durante y después de la entrevista, lo mismo, lo normal: prepararse un buen té. Y que tendrían que enchufar para ello la kettle. Millones de pavas eléctricas funcionando a la vez, millones de litros de agua hirviendo al mismo tiempo. Visto y hecho, delicada y eficazmente. Con lujo de detalle.

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