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Análisis:A pie de obra | TEATRO
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

No somos ni Romeo ni Julieta

Marcos Ordóñez

Uno. Esta semana tenía previsto comentarles Los hijos de Herakles, el montaje (nunca mejor dicho) de Peter Sellars en el Fórum/Lliure, pero me pareció una cosa tan banal, paternalista, radiofónica y letalmente aburrida (eso sí, con una gran idea cómica: Mercedes Milà en funciones de coro) que prefiero hablar de Shakespeare, que siempre pone de mejor humor. Tenía muchas ganas de ver Troilo y Crésida, presentada en el Pavón a las órdenes de Francisco Vidal, porque es una obra maestra ignorada, escasísimamente representada en España y muy poco en el Reino Unido. De hecho, no llegó ni a pisar el Globe en su época, como si Shakespeare hubiera caído en la cuenta de que había ido demasiado lejos, tanto en el tono como en la forma, áspera y gozosamente antigenérica. La escribió el mismo año que Hamlet, y no cuesta pensar que buena parte del caos y la desintegración moral de la corte de Elsinor impregnó su visión de la antigua Grecia, aunque en una clave mucho más feroz: no hay otra carcajada más amarga y desencantada en todo su teatro. No sabemos si se trata de una comedia negra o un drama satírico, ni falta que hace. Los héroes de la guerra de Troya son aquí una banda de canallas, bobos y/o locos, y la interminable contienda un mero vehículo para las vanidades y ambiciones de cada quien: exacto, como la foto de las Azores. Harold Bloom lo resume maravillosamente: "Troilo es al amor lo que Héctor a la guerra, Ulises al gobierno y Aquiles a la heroicidad: son todos impostores, malos actores. Agamenón, Néstor y Ayax compiten en falta de seso y Crésida es la putilla troyana tanto como Helena es la puta espartana. Todo esto es demasiado fuerte para una sátira, demasiado extremo para una parodia". Tersites, el personaje más lúcido de la función, un bufón sarnoso poseído por la rabia, escupe la misma idea: "¡Que la guerra y la lascivia confundan todo!". Ante tal panorama, podríamos preguntarnos en qué se diferencia Troilo y Crésida de La bella Helena. Para empezar, en su enfoque estructural. Y en su mirada; una mirada que recuerda a aquel libro de Guy Debord forrado con papel de lija para que hiciera polvo los volúmenes vecinos: Homero y Chapman, en este caso. Los protagonistas no son Helena y Paris, amantes legendarios que apenas tienen un par de escenas, sino Troilo, su hermano menor, y Crésida, la hija del traidor Calcas, empujados a la cama por Pándaro, un viejo alcahuete sifilítico, tío de la muchacha. Una presunta historia de amor entre miembros de clanes rivales que podía haber acabado en tragedia y culmina en la vulgaridad más radical: Troilo y Crésida es el anti-Romeo y Julieta. Troilo (Alberto Maneiro) desea a Crésida (Cristina Arranz) tan sólo porque ella se le resiste: es tan "difícil de conquistar" como la gran Helena. Crésida cae en sus brazos y deja de ser interesante para él: sólo volverá a serlo cuando la intercambien por un prisionero troyano y se convierta en deseable para los griegos. Troilo es un adolescente voluble que apenas cree en su propia retórica, y Crésida una chica eminentemente práctica. En el campamento descubre que van a violarla en hilera, por lo que decide entregarse a Diomedes (Carlos Ibarra: un nombre a retener) para que la proteja: mejor puta de uno que puta de todos. Nada culmina como mandan los cánones. El tiempo borra las promesas de los amantes, y Héctor (Israel Elejalde) muere por conseguir una armadura reluciente, asesinado por los sicarios del cobarde Aquiles (Martin Kai), que se atribuye tan guapamente la victoria.

Dos. El espectáculo del Pavón es una versión de poco más de dos horas que poco tiene que ver con las habituales "reducciones posmodernas": pese a los abundantes cortes, aquí se respira un verdadero amor por el texto, y una absoluta convicción de su furiosa modernidad. No diré que sea una gran función, pero sí un logro considerable en muchos aspectos, con algunos altibajos actorales que no deslucen un muy buen nivel general. De todos los montajes de Francisco Vidal quizá sea éste el más cercano al "espíritu del T.E.I": a ratos -por la concreción escenográfica de Ana Garay, por la luz de Rafael Echeverz, por la entrega de los actores- me parecía estar en su sede de Magallanes, en los lejanísimos setenta. Le pondría algunas pegas a la traducción de Cernuda, espléndida para ser leída aunque de escasa fluidez teatral; a algunos excesos caricaturescos (Menelao parece haberse escapado, ciertamente, de La bella Helena) y a ciertas obviedades innecesarias (¿hace falta vestir a Helena como una golfa de cliché?), pero a la postre Vidal sabe muy bien lo que lleva entre manos y quiénes son los verdaderos reyes de la función: Ulises, Tersites y Pándaro, enlazados por más vínculos de lo que parece a simple vista. Fernando Sansegundo interpreta a Ulises como lo que es: un político nato, un manipulador enamorado de la jerarquía y del poder de la palabra, capaz de improvisar un sabio discurso sobre la ingratitud del olvido tan sólo para acicatear a Aquiles. La palabra de Ulises está siempre al servicio de la "razón de Estado", un Estado en el que no cree pero del que vive, lo que le convierte en un nihilista secreto: un hermano cuerdo de Tersites, al que Emilio de Cos transforma en arlequín electrificado, pura chispa sin la menor caída de tensión. Ulises y Pándaro están, a su vez, hermanados por la tercería, y la gran baza del veterano Raúl Pazos radica en hacernos ver la singularidad extrema de su personaje: Pándaro no es un vulgar alcahuete que opere por interés, como Ulises, sino una suerte de Yago masoquista, quizá determinado a poner en escena las pasiones que ya no puede vivir para deleitarse contemplándolas, del mismo modo que Troilo no logra apartar la vista de Crésida engañándole con Diomedes. Cerrando el círculo, si Troilo tiene todos los boletos psicológicos para acabar como un futuro Pándaro, el viejo mediador despreciado y resentido de la última escena ("llegado el momento os legaré todas mis enfermedades") está, verdaderamente, a un paso del purulento rencor de Tersites.

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