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Columna
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Se mueve

Las cosas se están moviendo, el impasse tras las elecciones generales va desapareciendo. Zapatero consigue el apoyo del PNV en el Senado a cambio de los treinta millones de euros en conflicto del Cupo. El portavoz del PSE en las Juntas Generales de Alava clausura el acuerdo preferencial con el PP por el que Rabanera salió diputado general, equiparando las posibilidades de acuerdo con el PNV. Y, sin embargo, el plan Ibarretxe sigue ahí, demostrando que no era una reacción nacionalista a la política del PP, lo que provoca el aviso de Jordi Sevilla de que, de seguir así, Euskadi va a quedar fuera del proceso de reforma de los estatutos de autonomía. Es muy sencillo predecir, después de estos años recientes, que Ibarretxe dimitiría antes de echar atrás su propuesta.

En menos de seis meses tendremos el conflicto en su apogeo, y de nuevo planeará la necesidad de una alternativa al Gobierno vasco, encabezada en esta ocasión, visto el alza electoral de los socialista, por el PSE, que no es otra que el pacto municipal de socialistas y populares en la Margen Izquierda. A pesar del abandono en Álava del acuerdo preferencial con el PP, por lo que podríamos ser testigos de una inversión de los comportamientos entre esta provincia y lo que ha sucedido en Vizcaya, al menos hasta las elecciones autonómicas. Las condiciones empiezan a apuntar una relación postelectoral entre socialistas y populares en el País Vasco, sin declaraciones previas de frente que pudieran aglutinar al nacionalismo, salvo que Ibarretxe retire su plan.

Puede ser ésta una tentación evidente por parte de un PNV al que lo que más le preocupa es mantenerse en el poder. Pero, de momento, en toda la confusa situación de reformas constitucionales y estatutarias, y en el discurso pro periférico de toda la izquierda, no puede encontrarse razones para sostener que el plan Ibarretxe no tenga más posibilidades de avance ahora que antes. Por experiencia sabe que en la apertura del melón constitucional y estatutario, y ante un Gobierno español que necesita el apoyo del PSC y ERC, ambos en un impulso catalanista evidente que les anima a simpatizar con Ibarretxe, el PNV siempre ha sacado tajada. Por lo que el famoso plan va a seguir planteándose, apoyado, sin duda alguna, por la desaparición de ETA del mapa.

La difuminación de ETA va a ser capitalizada por el nacionalismo, aun cuando sus secuelas y amenaza todavía no han desaparecido, para legitimar las reivindicaciones nacionalistas, y transformar la presión terrorista por presión social si dichas reivindicaciones no son admitidas. Aunque sepamos que una Euskadi sin terrorismo es una Euskadi en otra dimensión, es muy posible que esa otra dimensión no la alcancemos a ver debido a una campaña de movilizaciones abertzales promovida por los numerosos organismos de los que se ha provisto el nacionalismo. Se declarará que ahora sí que son democráticas y dignas de todo respeto las propuestas nacionalistas porque ya no existe terrorismo. Y va a ser un argumento que calará, aunque algunos sepamos que la inexistencia de terrorismo no hace democrática una propuesta de exclusión.

Las cosas se mueven pero no sabemos hacia dónde. Todo son hipótesis, si bien desde hace tiempo cualquiera de ellas se ve avalada por la marcha a piñón fijo del nacionalismo. Va a continuar impasible en el ademán, fundamentalmente porque la apuesta fue lo suficientemente seria como para no abandonarla -no lo hizo ni ante el riesgo de perder las anteriores elecciones autonómicas-, pero también porque el ambiente general en toda España le es favorable. Vayan sus señorías a hacer distingos en Andalucía o Cataluña ante el electorado entre unas u otras propuestas.

Posiblemente entremos en un periodo de mayor legitimación externa del plan -en el fondo contradictorio con las reformas estatutarias propuestas-, aprovechando la ola de los apoyos generalizado en muchas autonomías a reformas que les otorguen mayor poder.

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