_
_
_
_
LA CRÓNICA | FÓRUM DE BARCELONA | Opinión
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Bautismo en el Fórum

Desde hace algún tiempo, los amigos me afean la extraña fe que parezco profesar por el Fórum. "Estás entregado", suelen concluir. Gajes del oficio. Puede que mis amigos estén en lo cierto, pero en todo caso han venido utilizando impropiamente la expresión "entregado". Entregado de verdad, con certificado de bautismo, no lo fui hasta el domingo pasado, cuando se me ocurrió irme a bañar en aguas del Fórum.

Me puse el uniforme de campaña -traje de baño discreto, toalla, gorra, gafas de sol y varias protecciones solares, ninguna de las cuales bajaba del factor tropocientos- y cabalgando mi bicilíndrica me planté en un santiamén en el recinto. Debían de ser las once de la mañana. Me detuve un momento ante el monumento que recuerda a los fusilados en el Camp de la Bota para leer el verso de Màrius Torres: "O Pare de la nit, del mar i del silenci / jo vull la pau -però no vull l'oblit". Luego proseguí en dirección al mar por un desfiladero abierto hace poco entre la depuradora de aguas y la desembocadura del colector de Prim. Ahí debería estar el punto de máximo hedor, pero el domingo llegaba apenas un remoto efluvio pútrido de los 400.000 metros cúbicos de mierda que se procesan cada día.

Por fin llegué a la playa, calienta el sol, chiribiribí. Playa nada convencional, todo disseny. Ni rastro de arena. Suelos de piedra y de madera africana. Ante mí los fatídicos escalones modelo Benarés / Beth Galí de acceso al mar, recubiertos por la pérfida alguilla resbaladiza que tanto ha dado que hablar. Mi larga experiencia en baños de río, ricos en vegetaciones variadas, lodos y pedruscos, me había llevado a proveerme de un par de sandalias cangrejeras que corrían por casa (las aconsejo vivamente a quien quiera lanzarse a esta aventura). Calzado de tal guisa, no tuve en efecto ninguna dificultad para introducirme en el agua. La hubiera tenido, probablemente, de haber utilizado las infirmes barandillas que se tambalean sobre unos anclajes de pena.

Había poca gente a esa hora, apenas dos niños chapoteando junto a la orilla. El agua estaba fresquita y limpia sobre el fondo verde pardo. Nadé hasta el límite de las columnas y me encaramé a una de ellas. A mi derecha, la pérgola fotovoltaica se imponía como un tótem desmesurado. Enfrente, el parque de los Auditorios cubría piadosamente la depuradora, que sin embargo yo recordaba muy bien. Y a mis espaldas permanecía, ensimismada y lejana, la isla de Pangea, así llamada por el mítico bloque de tierra del que se desgajaron los continentes (alguien propuso en su día llamar a la isla Julivert meu, pero pareció demasiado poco para un acontecimiento decidido a mover el mundo).

Sea por efecto del agua depurada o por el de alguna otra sustancia indeterminada, en ese instante me llegó una súbita iluminación, un arrebato místico, una irresistible vocación de servicio: nadaría de vuelta con los ojos abiertos para comprobar si se me irritaban. De ocurrirme, iba yo a llevarme un buen scoop a estas páginas. A 48 horas de aquel gesto heroico, puedo decir que me he quedado sin scoop: los ojos no se me han irritado. A cambio, el hecho de mantenerlos abiertos me permitió descubrir unas cuantas llisetes celebrando divertidas mi impericia natatoria.

Me duché con agua dulce, me cambié en unos vestuarios impolutos y me fui a la vera de la pérgola a beberme una cervecita fresca (1,70 euros). A mi misma mesa se sentó al poco rato una abuela de Manlleu, perfectamente equipada con mochila, bermudas, botas y sombrero de paja, a quien oí asegurar que el vaso del Fórum "fa de bon agafar". Le observé que el diseño había sido muy criticado, a lo que ella me espetó: "Home, no begui pels costats, begui pels angles!". Luego me preguntó si me había bañado. Le contesté que sí, que el agua estaba la mar de rica, pero que había que andarse con cuidado con los escalones. En cuanto a las irritaciones de ojos, me excusé por no disponer aún de datos fiables. No me comentó nada sobre esto. Sí lo hizo sobre la primera parte de mi respuesta: "Això del verdet s'hi fa a tot arreu, no passa res, home! Ara vaig a banyar-me amb els néts".

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Camino de la salida me paré en un par de espectáculos: un magnífico concierto de percusión de Ayatana, grupo cuyo líder es Àngel Pereira, y un deliciso monólogo de la brasileña Elisa Lucindo en el teatro de los contenedores. Podría consignar también cosas que no me gustaron, como el lamentable espectáculo de los Fantòtems o las 14 furgonas de la policía a la entrada, varias de ellas, por cierto, ocupando abusivamente la parada del 41. Pero sé que este apunte negativo no impedirá que pierda los últimos amigos que me quedaban antes de publicar esta crónica. Ahora ya no soy un "entregado" en sentido metafórico, sino un afiliado, un converso, un plasta. Más plasta, si cabe, que Clos y Mascarell, a quienes por cierto no se les ha visto bañarse aún en el Fórum (¿dónde está el espíritu de Palomares?). Me estoy quedando sin amigos y por no tener, ni siquiera tengo el teléfono de la señora de Manlleu, mi semejante, mi hermana. Yo, como el poeta, quiero la paz, pero me horroriza caer en el olvido.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_