La intuición de los héroes
Ricardo, el portero de Portugal, explica que se quitó los guantes y lanzó el último penalti contra Inglaterra en un impulso de confianza
Hay que conocer Montijo para conocer a Ricardo Alexandre Martins Soares Pereira. El sol descascarilla la cal de las paredes y cuartea la tierra salpicada de alcornoques. El pueblo, con su persistente plaza de toros, crece junto a nuevas autopistas y nuevos condominios en la parte donde el estuario del Tajo cambia de color según la marea. El jueves, al mediodía, el calor apretaba en la calle donde vive Ricardo. El hombre de 26 años, nariz de gancho y ojos caídos se paseaba con zapatillas y pantalones cortos, el torso desnudo, hablando con los vecinos después de una noche agitada. Había llegado a su chalet esa misma madrugada para reencontrarse con su hijo, Tiago, y su esposa tras cuatro horas en el estadio Da Luz, al otro lado del río, en Lisboa.
Scolari: "Baia me saludó, pero no a Ricardo. ¿Cómo iba a ser suplente si se lleva mal con el titular?"
Allá fue Nuno Valente, con el brazalete, dispuesto a tirar. Pero Ricardo se interpuso
Luiz Felipe Scolari era el seleccionador de Brasil cuando conoció a Ricardo una noche de vísperas de la Copa del Mundo de 2002. Portugal y Brasil se enfrentaron en Lisboa para preparar el torneo y empataron a un gol. Brasil marcó de penalti y Ricardo hizo una exhibición de reflejos que impidió a Ronaldo, Ronaldinho y Rivaldo marcar en jugada. El técnico lusitano, Antonio Oliveira, no lo tuvo en cuenta y decidió que la portería, en Corea del Sur, sería del cancerbero del Oporto, Vitor Baia, modelo de belleza masculina. Hubo polémica. Una polémica que se extendió hasta este año, cuando Scolari decidió persistir en su apuesta hasta las últimas consecuencias. No sólo eligió a Ricardo como titular, sino que no convocó a Baia nunca más. Su determinación fue firme desde que coincidió con los dos guardametas en el partido que organizaron Zidane y Ronaldo con sus amigos, en Basilea, a beneficio de la Unicef, hace unos meses. "Baia me saludó a mí y no saludó a Ricardo", recordó Scolari; "¿cómo iba a tenerlo en el banquillo si se lleva mal con el titular?".
Scolari eliminó así de su lista a otro de los integrantes de la llamada selección de oro. Hasta donde le ha sido políticamente posible, el técnico ha renovado al equipo deshaciendo los hilos de poder que habían tejido Figo, Couto y Jorge Costa y que, consideraba, le impedían actuar con libertad. El hombre que situó en la portería era su piedra fundamental. No le importaba que fallara por arriba en los centros, un aspecto que a Ricardo le ha llevado a mal traer durante la última temporada en el Sporting de Lisboa.
Ricardo cruzó el Tajo el miércoles por la tarde, en medio de una caravana que por poco colapsa el puente Vasco da Gama. La gente había acompañado al autobús de la selección con coches y barcos en un intento multitudinario por demostrar que existía una voluntad popular de ganar el partido contra Inglaterra. Después de la velada, el portero había vuelto a cruzar el río sin tanto jolgorio. De madrugada y convertido en un héroe nacional.
La noche de los cuartos de final fue una batalla de la que salieron malparados varios de los héroes corrientes. Beckham, el rostro del fútbol en el mundo, se desacreditó por fallar su segundo penalti consecutivo de forma calamitosa. Figo, el mito viviente portugués, vio el final del partido ante el televisor, en el vestuario, dicen que llorando de emoción o de rabia tal vez y aferrado a una imagen de la Virgen de Fátima. El capitán rezaba mientras el partido se decidía en una serie de penaltis que ya está inscrita en la historia grande del deporte de Portugal. Una tanda de penaltis que ganó Portugal gracias a la osadía de Postiga en el 12º lanzamiento y a un golpe de genio de Ricardo en los dos últimos: el que paró y el que marcó. Una epifanía, una iluminación en el momento en que se iluminan los deportistas de alma.
Vassel, el delantero inglés, es un tipo corpulento. El típico velocista. Negro, de culo bajo y músculos hasta en las orejas. Mientras Vassel colocaba el balón en el punto de penalti, Ricardo se paró bajo los palos y vio la luz. Se dio cuenta de que quitándose los guantes no perdería gran cosa, pues le bastaba con despejar la pelota. No necesitaba blocarla con la goma adiposa. Y, de paso, confundiría a su oponente. "Ha sido un momento de intuición", dijo luego al diario O Jogo; "lo hice para demostrar mi confianza". Vassel tiró al palo izquierdo de Ricardo, a su perfil malo, pero ni apuntó tan ajustado ni le dio tan fuerte. El portero llegó a la pelota y evitó el gol. El estadio tembló y el banquillo de Portugal hizo un ademán colectivo de invadir el campo. Pero el partido no estaba ganado. Hacía falta marcar otro gol.
Beckham (no), Deco, Owen, Simão, Lampard, Rui Costa (no), Terry, Cristiano Ronaldo, Hargreaves, Maniche, Cole, Postiga, Vassel (no)... La rueda tocaba a su fin y los 80.000 espectadores congregados alcanzaban su pico de tensión. Si Portugal marcaba, estaba en las semifinales. Los jugadores agrupados en el círculo central dudaron. Desde el banquillo les acercaron un papelito con la lista y allá fue Nuno Valente, con el brazalete, dispuesto a tirar. No llevaba recorridos 30 metros cuando se detuvo. Ricardo se le había interpuesto. Quería patear él. Había cogido la pelota y no se tomó mucho tiempo. La acomodó, tomó carrerilla y disparó a la derecha de James. Fue gol. Lo celebró corriendo con los brazos abiertos, como queriendo tocar las caras, las banderas, seguido de todos sus compañeros y del técnico, el seleccionador que había apostado por él contra los vientos oficialistas. Scolari y Ricardo se abrazaron y saltaron juntos mezclando sus lágrimas, alientos y sudores. Al día siguiente, en su día libre, Ricardo salió a dar un paseo como un paisano más, por Montijo. El pueblo de los veranos calientes donde comenzó a jugar al fútbol como delantero, a los 10 años, siguiendo el camino de otro paisano que se crió en las mismas calles, Paulo Futre. Allí donde juró que, si ganaba la Eurocopa, se iría "caminando a Fátima".
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