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Maragall-Montilla: la extraña pareja

En esa divertida, sorprendente y extraña pareja, ¿cuál de los dos hace de Joan Pera? Yo me inclinaría por Pepe Montilla, mucho más minucioso, paciente y, probablemente, maniático. Hasta rondinaire, aunque quizá no en el sentido doméstico que le imprime el genial cómico. Maragall, en cambio, con sus fogosidades, su gusto por el riesgo y su capacidad innata para provocar arritmias políticas en los corazones de sus sufridos colegas, reina estelarmente cual Paco Morán de la escena catalana. Saleroso si no está bajo de tono. Seductor si no se le sube el puntito impertinente. Popular cuando abandona el deje elitista de sus orígenes nada plebeyos. Y por encima de todo, original, lo cual lo tipifica como el más imprevisible de los políticos en activo. "La vida te da sorpresas...", dice la vieja melodía, y Maragall ha hecho de ello todo un estilo. Quizá hasta una categoría. Me dirán que las extrañas parejas pueden funcionar con gran precisión, y ahí está la historia para corroborarlo, desde Bonnie y Clyde hasta Jordi Pujol y Lluís Prenafeta, la pareja de hecho más famosa -con permiso de Buenafuente y Corbacho- de la historia catalana. Sin duda. Sin duda Josep Montilla y Pasqual Maragall han sido una extraña pareja notablemente eficaz, hasta el punto de que el actual estatus político del PSC no se podría explicar sin su trabajo de tándem. A decir verdad, ni tan sólo se podría explicar el éxito del PSOE, notoriamente apuntalado por el éxito del socialismo catalán. Son, pues, distintos, probablemente incompatibles, ideológicamente más dispares de lo que aparentan y vitalmente tan semejantes como un huevo a una castaña. De ellos podríamos aseverar lo que me dijo, en su momento, Miquel Roca a propósito de su relación con Jordi Pujol: "Vamos juntos en política, pero nunca he tomado un café en su casa, con Marta, un domingo por la tarde". ¿Cuántos debe de haber tomado con su amigo Pasqual? Los extraños compañeros de cama que fabrica la política...

Extraña pareja, pues, pero no por ello ineficaz. Hasta ahora. Porque, me pregunto sin sarcasmo añadido, ¿la pareja compañero Montilla-compañero Maragall, es la misma que la formada por el ministro Montilla y el presidente Maragall? Alto poder en manos de dos personajes dispares, eventualmente cómplices, pero sin embargo con distintos horizontes lejanos. Y los dos en el poder, es decir, liberados ya de la necesidad de amarse para ganar. Es cierto que lo ocurrido estos días con la margarita de "grupo parlamentario no, grupo parlamentario sí" no es aún categoría, pero tampoco es pura anécdota. Y porque no lo es, me permito estas reflexiones relajadas, sometidas a la bondad del paisaje de Cadaqués que me conforta. Primero, no ha sido bonito. Pero no por una cuestión de disensión pública. Al contrario, estoy convencida de que los nuevos tiempos de la política, si queremos recuperarla colectivamente, van a pedir personalidades con opinión propia y partidos con menos comisarios políticos. No ha sido bonito porque hemos contemplado un grotesco tour de force entre los dos nombres propios del socialismo catalán, con la excusa de una reivindicación de fondo. Si me permiten, ha sido una frivolidad. Y justifico la crítica: la demanda de grupo parlamentario socialista propio es una cuestión importante, largamente anhelada, que marcará un antes y un después de muchas cosas. Su inexistencia, fruto de las horas revueltas del PSC-Reagrupament y la fusión con el PSOE, nunca ha sido explicada en términos creíbles, y se ha convertido en un latiguillo de incoherencia, lanzado a la cabeza del PSC por los tiempos de los tiempos. Una piedra en el zapato de la independencia. Un agujerito en la catalanidad.

Que Pasqual Maragall, ahora que es presidente, reivindique su existencia parecería un acto de notable compromiso. Pero me ha parecido un simple gesto estético. Maragall no puede ir pidiendo públicamente, como si fuera un líder de la oposición en campaña, lo que tiene y puede conseguir directamente, sólo con ejercer el papel, la voz y el crédito que suponemos que tiene en el interior mismo de su partido. ¿No sabía Maragall que le darían calabazas? ¿No se temía que las calabazas se las daría el mismísimo Montilla? ¿No había previsto que un socialista catalán le diría que no a otro socialista catalán, en la demanda de grupo socialista catalán, para alegría de los partidos catalanes no socialistas? Si no lo había previsto, tiene un grave problema de previsión, de conocimiento interno de los propios e, incluso, de prudencia. Si lo había previsto, y a pesar de ello ha considerado interesante ejercer la petición, lo que tiene es un problema con la estrategia. Los grandes temas -y el grupo parlamentario socialista propio lo es- no pueden ser la pelota vasca que tiramos al frontón de la retórica para ganar no sé sabe qué fragmento de titular. Hacerlo no sólo implica un ejercicio estéril. Hacerlo implica quemarlos.

Tampoco creo que Montilla haya salido de rositas, después de la contienda. Ha corrido, cual veloz jinete del pesoeísmo, a recordar que él estaba ahí, que mandaba, que ser ministro no lo alejaba de las decisiones catalanas y que, si Maragall quería subir al Aneto, tendría antes que pedirle permiso. Es decir, Maragall se lo ha puesto fácil. Y Montilla no sólo no ha desaprovechado la ocasión, sino que ha estado encantado de darle al toro. Con la excusa, pues, del grupo parlamentario propio, la extraña pareja nos ha ofrecido una escena a lo Pera-Morán de lo más entrañable. ¿Ganadores? Los que están encantados de ver los trapos sucios de la incoherencia socialista desplegados en el balcón del Palau. ¿Perdedores? El resto de los mortales, especialmente los que pensamos que el PSC merece y necesita ejercer en el Congreso la voz propia que dice tener pero nadie nota.

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