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Columna
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La Iglesia, por sus fueros

El Papa le ha reñido a Zapatero. Levantando su dedo, le ha hecho saber que está en desacuerdo con las reformas legales que el Gobierno elegido el pasado 13 de marzo piensa proponer en materia educativa, o en lo relativo al reconocimiento del matrimonio entre parejas del mismo sexo. Zapatero le ha respondido con una sonrisa, a la vez que se inclinaba hacia Karol Woytila desde el borde de la silla que ocupaba en la audiencia papal. El gesto de ambos me ha recordado aquella foto de hace más de veinte años, cuando Juan Pablo II visitó la Nicaragua sandinista y regañó en público al entonces ministro de Cultura de aquél país, Ernesto Cardenal. Entonces Woytila levantó su dedo con mucha más energía -tenía veinte años menos-, pero Cardenal le sonrió con la misma expresión beatífica que Zapatero.

Para el Papa, el Gobierno español, y su presidente de manera especial, deben tener "en la debida cuenta los valores éticos, tan arraigados en la tradición religiosa y cultural de la población". Obsérvese que Juan Pablo II habla de una única tradición, que es a la vez religiosa y cultural, de donde uno puede deducir que las únicas referencias culturales deben ser las religiosas (entiéndase, católicas). Desde esta perspectiva, no parece que pueda defenderse una ética laica al margen de la fe y, por consiguiente, la moral colectiva debe concebirse dentro de los márgenes de la doctrina impuesta desde Roma. El Vaticano y la jerarquía católica se niegan a aceptar que la religión pertenece al ámbito de lo privado, y que los valores -imprescindibles, por otra parte- sobre los que se fundamenta la convivencia social no pueden estar condicionados únicamente a las creencias religiosas.

Hace unos pocos días, la jerarquía de la Iglesia vizcaína se sobresaltó al escuchar la intervención de un miembro del colectivo Somos Iglesia en el santuario de Urkiola durante una celebración pastoral. En dicha intervención, el joven que hablaba defendió el derecho de los homosexuales a ser tratados como cualquier otro cristiano dentro de la Iglesia. A algunos no debió gustarles nada. A otros, entre los que se encuentran muchos cristianos de base y algunos curas que tengo la suerte de tener por amigos, les pareció en cambio un paso en la buena dirección. Y es que lo sucedido en Urkiola representa la otra cara de la moneda en el complicado proceso de adaptación la Iglesia a la realidad social. Para la jerarquía, el mundo debe plegarse a la doctrina católica. Y, para ello, es importante que el mundo real, diverso, complejo, y contradictorio, no pueda formar parte de la Iglesia, pues entonces quedaría rota la ecuación que pretende identificar moral con doctrina.

Woytila le ha dicho a Zapatero que si quiere llevarse bien con el Vaticano, debe llevarse bien también con la jerarquía de la Iglesia en España. Dicho de otro modo, no vale sonreír al Papa o apelar a las coincidencias en torno a la guerra de Irak. Es preciso escuchar además las sugerencias de Rouco Varela sobre la enseñanza religiosa y otras cuestiones. Hace veinte años, cuando miles de nicaragüenses vitoreaban al Papa y le pedían una oración por la paz, Woytila les contestó enfadado que el también deseaba la paz. Pero les hizo saber, al mismo tiempo, que no pretendieran estar a bien con Roma si no cedían a las pretensiones de monseñor Obando, erigido entonces en el más cualificado representante de los intereses de la derecha que apoyaba a la contra organizada por el Gobierno de Reagan quien, curiosamente, fue despedido hace unos días como un santo.

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