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Columna
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Todo o nada

José Luis Ferris

A Pedro Soriano, laureado artista de hogueras, no se le ha caído el monumento este año, entre otras razones, porque no lo ha podido levantar. Me explico. Ante la mole que pensaba erigir en el distrito de Altozano se ha preferido no correr esa aventura y dejar las piezas como estaban, es decir, pegaditas al suelo y sin plantar, desparramadas como prendas de un sueño que no pudo ser. Y estas cosas se sienten, se sienten por ese grupo de comisionados que ha hecho el ímprobo esfuerzo de concursar, por primera vez, en la categoría de Hogueras Especiales; pero se siente aún más por el artista, por ese virtuoso del cartón que se ha mirado de nuevo en el espejo de su fracaso.

Allá por los setenta, Soriano era cerebro y corazón. Sus golpes de genialidad diseñaron filigranas audaces que, tras un pacto con la gravedad y las leyes de la física, se plantaban en una plaza y provocaban la emoción y el asombro de todo bien nacido. Ahí ha quedado su hoguera Amanecer (1981), considerada por la opinión popular, hasta no hace mucho, el mejor monumento de la historia de Les Fogueres de Sant Joan. Pero el genio no duerme, busca, explora, libra un reto constante, indaga más allá de lo posible, se alía con la transgresión y se expone a veces al dilema fatal del todo o nada. En los noventa, Soriano comenzó a rizar el rizo y, desde entonces hasta hoy, ha sido sólo corazón, impulso, puro arrebato. De haberse dedicado a la pintura, sus obras serían estupendos alardes neobarrocos, sorianismo en dos dimensiones, inofensivo arte de caballete y galería. Pero ocurre que es artista de hogueras y eso exige que se reconcilie nuevamente con la gravedad y haga cuentas y cálculos.

El día 20, la realidad le estaba esperando en el barrio de Altozano con unas cuantas leyes elementales. Pedro palideció, pidió una ambulancia y desertó de su propia guerra con una crisis de ansiedad de difícil pronóstico. No plantó el monumento, pero sí plantó a quienes generosamente han seguido apostando por su frágil falacia. Ahora sabemos que el fracaso le ha mirado a los ojos sin ninguna indulgencia y le ha indicado la puerta de salida. Hacerse el loco sería otra nueva insensatez.

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