Nos queda Portugal
Menos mal que nos queda Portugal. Otra vez, "Ay, Portugal, ¿por qué te temo tanto?". Nada que ver con la foto de las Azores. Ni mucho menos con la españolización de Saramago. Ahora, en la ciudad de las calles vacías, de las presentaciones sin público, en esta semana de vertebración española gracias al fútbol, de himnos que suenan con los seleccionados enlazados bajo los mismos colores, la misma bandera, el mismo himno; ahora que el deporte produce esta milagrosa tregua, precisamente ahora nos tenemos que quedar en casa para sufrir frente a la escuadra portuguesa. Ahora, lejos del espíritu de Aljubarrota, apartando el fantasma de la derrota, deberíamos demostrar nuestro cariño, nuestra cercanía de pueblos ibéricos, cantando melancólicos fados de cariño portugués, de hermosas casas portuguesas con certeza, de alabanza de revoluciones con claveles, de Pessoa como nuestro más admirado poeta. No caer en el desasosiego. Salir de casa después de haber hablado portugués en la intimidad. No agredir, a un pueblo que no mata a los toros, con esa bandera con toro de Osborne que se empeña en imponer la España cañí, la menos ibérica y portuguesa de las posibles.
Una vez escribí por error que el toro de Osborne era un diseño del poeta rojo Alberti. No es cierto. El toro, como tantos diseños de nuestros intentos modernizadores de los años cincuenta, es de Manolo Prieto. También de El Puerto de Santa María. Amigo de Alberti, de Lorca y de Dalí. Gran cartelista, cercano a las vanguardias en tiempos republicanos, colaborador de Sigfrido Burmann, renovador en los cuarenta de la colección Novelas y cuentos. Hombre progresista que en 1954 se inventó el toro-escultura que sigue siendo uno de los iconos más presentes de lo español. Sí, pero no de la España que sigue ocultando en sus museos lo que hicieron los luchadores del lado de la democracia. Que el ministro Bono se dé una vuelta por sus salas, por ejemplo, por el de Cuatro Vientos. Allí verá que el trato a la aviación republicana es, cuando menos, roñoso y descompensado.
El toro de Prieto, el de Osborne, es de todos. No queramos cornear así a los portugueses, que nos pueden amenazar con el hombre de la capa, Sandemans, que tiene pinta de ser muy peligroso y difícil de torear. Tengamos el fútbol en paz.
A pesar de que el fútbol nos mantiene demasiado en casa, incluso a la tropa que tantas veces hemos dicho -con permiso de Antonio Gamero- que como fuera de casa en ningún sitio, salimos para ver que hay cosas que nunca cambian. Noche en Casa Lucio, periodistas del régimen -anterior, por supuesto-, monárquicos cabreados, fotógrafos históricos, empresarios noctámbulos, productores de todos los colores y televisiones hispanoberlusconianas, ricos latinoamericanos atentos a los famosos que ya casi nadie reconoce, padre y muy señor suyo de Julio Iglesias y toda suerte de fauna de gente que no fueron a la boda. España y Lucio son así, señora. No importa quiénes, pero Lucio siempre gana. Eso que se queja, sin exageraciones, de las pocas visitas de los socialistas de la era Zapatero. En los tiempos felipistas, también Lucio era otra cosa. Ahora, aunque para él la vida sigue igual, ese gran teatro de la representación del poder ante unos huevos con patatas ya no es lo mismo con estos jóvenes antibélicos que han tomado el poder, pero no han tomado su restaurante. "¿Tú sabes dónde cenan los socialistas de ahora? ¿Qué ha sido de la bodeguilla?", me preguntó el popular tabernero. Yo me callé. Táctica no sabe, no contesta, sobre todo para que no descubriera mi falta de información. Y menos ahora que me acaban de invitar a ser miembro de la irreal Academia de Gastronomía madrileña y de Ansón. No sé dónde comen. Ni dónde duermen. Espero no encontrarlos algún día en ese lugar que han puesto de moda los Giráldez en Torrecaballeros -tan feudo socialista en los años de las fiestas de Pedro Altares-, un restaurante clásico con carta con derecho a horas de siesta o lo que sea.
Mi semana también ha tenido su toque franquista. De la rama buena de los Franco. De Jess Franco y alrededores. ¡Qué personaje el tío Jess! Qué peligro tener en la familia un memorioso y lenguaraz como el tío Jess. Javier Marías, uno de sus sobrinos, podría ser la contrafigura del tío Jess, aunque creo que se llevan bien y en más de una ocasión he oído las hazañas del tío cineasta, actor, músico y pornógrafo artístico, contadas por el novelista con pasión y regocijo de sobrino. Jess, Jesús Franco, mantiene su tipo vampiro, bajito, sin dientes, pero todavía muy dispuesto, muy elegantemente sangriento para lanzarse a los cuellos de las más hermosas. Jess, que tanto nos hace recordar a uno de sus sobrinos, Ricardo Franco, tan querido, tan recordado, es capaz de hacernos reír durante horas con sus historias llenas de desnudos , de gallinas cachondas a las que dirigió en Campanadas a medianoche, de Orson Welles; de los orígenes del jazz en España, de su etapa francesa entre puñetazos de Eddie Constantine y guiones con el joven Jean Claude Carrière antes de Buñuel, de Fernán-Gómez fingiendo franquismo y optando por aparentar no ser genial, de su hermano Enrique Franco componiendo un olvidable himno que hablaba de "montañas nevadas, banderas al viento", de su cuñado Julián Marías, de las historias con la censura, de sus trabajos como último mono con Bardem, de los puñetazos de Martínez Bordiú porque un músico de Pasapoga miraba mucho a su novia, una Franco que, según Jesús Franco, estaba muy buena. Una imprevista alegría esta resurrección de Franco, ese hombre, ese director de unos centenares de películas. Cine de autor. Cine cutre, español, virulento, libertario y de Transilvania. Otro europeo, feo, poco católico, apostólico y Rumano.
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