La Euro Incertidumbre

Un bombero inglés, adiestrado en el control de los impulsos, ha atizado el incendio de los hordas en el Algarve; Berlusconi se erige en portavoz de Dios en Bruselas, los suecos encarnan la pasión sureña, Croacia es un lugar tan real como Francia y hoy se enfrentan la saudade de España y la furia de Portugal... ¿Qué está pasando?
Casi nadie vive en la certeza. Y lo más asombroso es que se reconoce esa docta ignorancia, ese estadio budista. El lenguaje deportivo, antaño tan contundente, tan similar en general al sermón y la arenga, plagado en la victoria del nefasto plural mayestático de primera persona, de ese enjaezado Nosotros que caracolea en las locuciones con razón o sin ella, ese lenguaje vetusto, esa construcción autoritaria, ese resto del fascismo cultural, ese lenguaje cautivo se libera, regatea la forma imperativa y parece ir desplazándose lenta pero mayoritariamente hacia el espacio mixto del sentir y el pensar, hacia lo existencial.
El espacio portugués está favoreciendo otra forma de hablar y escribir del fútbol. Quizás influye la voluntad de estilo en el hablar popular. Las palabras son parte esencial de la composición del aire. La impresión es que se ha creado una atmósfera que repele lo contundente y nos aproxima a la idea de que la verdad tiene siempre pequeñas dimensiones. Como el balón.
Ésta es la Eurocopa de la Incertidumbre. El gran stand by europeo. La duda como ley. La quiebra de lo tautológico. El crepúsculo de lo apodíptico, de las afirmaciones sin retorno. La debacle de lo incondicional. La puesta en ridículo de lo grandilocuente.
El escupitajo de Totti escenifica el fin de una época. En el imperio del lenguaje apodíptico, de la adhesión incondicional, su gesto sería disculpado e incluso jaleado. No faltaría un ¡Totti por la patria! y una viril defensa del pendenciero frente a los afeminados de lo políticamente correcto. Pero la tímida revolución del lenguaje se acelera en lo iconográfico y lo que muestra la cámara no es ya visto como delación, sino como un trabajo de ironía: desenmascarar al villano que usurpa el lugar del héroe.
Hay un lenguaje deportivo todavía preso en la jaula de hierro de un patriotismo cazurro, antiliberal. Todavía ocupa calles, geográficas y mentales, de manera intidimidatoria: el superhombre etílico agrupado en mesnadas, afirmando su identidad en el odio al otro. Todavía en alguna caverna se vocea un providencialismo de Dios, patria (o club) y gol. Pero hay más pereza que fe en la conservación de esos hábitos. Por supuesto, la mística de los colores, el fundamentalismo futbolístico, actúa como cobertura de intereses, propicia áreas de ceguera a la corrupción y desvía la atención de los problemas reales de la gente.
Todo eso está ahí, es más o menos sabido, y existe una visión cínica que pretende presentar ese paisaje como inevitable, innato, propio de la naturaleza del fútbol. Pero lo que define al fútbol no son sus taras. El fútbol necesita detractores insobornables que no soportan el opiáceo y cuando empieza el partido se levantan y dicen a la manera del gran Benito Ferreiro en muy histórica circunstancia: "¡Voy a mear!". El fútbol necesita esa crítica radical porque sus enemigos están dentro. Y porque el hemisferio del sentimiento no debe perder las conexiones con la razón.
El buen periodismo deportivo es mejor que el buen periodismo general. No sé si ha mejorado el fútbol, pero si que ha mejorado el lenguaje del fútbol. Las crónicas, los comentarios, las transmisiones, las tertulias se pueblan con preguntas, matices, toques de humor. El balón es la metáfora del planeta, pero también de un guisante que rueda por un mantel de hule. Se cuenta cada vez mejor lo imprevisible, la trama humana. Frente a la apodíptica autoritaria, el lenguaje del fútbol avanza, como el balón, en clave sentipensante. Poético, sin pasarse. El exceso retórico merece el regate de una bicicleta ultraísta al modo de Adriano del Valle: "Como soy un poeta tan modernista y nuevo / ahora me agacho y pongo un huevo".
Hoy hay un partido en el estadio Da Luz. Esta noche vuelve a nacer el fútbol. Habrá emoción, mucha, aunque será un partido laico. Habrá cánticos y consignas en las gradas, pero los momentos más intensos serán los silenciosos, cuando en la Luz sólo se escuche el fado del cuero, la lengua absuelta del balón. En esta Eurocopa de la Incertidumbre, España jugará con saudade y Portugal con furia. ¿O era al revés?
Manuel Rivas es escritor.

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