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PUNTO FINAL | Eurocopa 2004
Columna
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Competencia desleal

Jesús Mota

El fútbol español, que estos días se pone a prueba en Portugal, y su entorno de opinión ha descartado rotundamente cualquier preocupación por la salud económica de los clubes o, si se quiere, por la rentabilidad de las sociedades balompédicas. Ni los gestores -porque eso es lo que son los directivos- ni los socios ni las instituciones encargadas de velar por la gestión económica correcta de los clubes -la Federación Española, por ejemplo- parecen mostrar la menor inquietud por indicios que en otras instancias, por ejemplo en una empresa, provocarían algo más que vértigo. El peculiar universo balompédico aparece inundado por la mística. Importan muy poco las cuentas de resultados, sean las que reflejan la rentabilidad económica, sean las que muestran la rentabilidad deportiva, que relaciona la inversión realizada con los logros deportivos.

A título de ejemplo puede examinarse el club que, dicen, presenta la gestión más próxima a criterios empresariales. Pues bien, el Real Madrid exhibe una cuenta económica de resultados poco tranquilizadora. Su resultado de explotación arroja pérdidas continuadas -318 millones de euros en 2002 y 97 millones en 2003-, tendencia que parece confirmar que el negocio propio del club es claramente deficitario. La disminución de las pérdidas es una ilusión contable. Como se recordará, el club ejecutó una operación de especulación inmobiliaria que le aportó ingresos extraordinarios; con ellos amortizó anticipadamente -de forma discutible en términos del Plan General de Contabilidad, según su auditor- la partida de adquisiciones de jugadores y costes de la plantilla. Gracias a esa amortización anticipada, la provisión de amortizaciones en 2003 fue inferior a lo que debería ser en buena práctica contable y, por lo tanto, los gastos y las pérdidas bajaron.

El control de la rentabilidad deportiva tampoco anima demasiado. El club mencionado cuenta con el presupuesto mayor de la Liga española y cerró su balance deportivo con cero títulos. Cualquiera diría que tan notable desequilibrio provocaría un ejercicio de petición de responsabilidades por parte de los socios del club o bien que, al menos, los directivos rectificaran su política. Nada de eso. En vez de ello, se agita el archisobado reclamo de seguir ilusionando a la afición, es decir, de comprar nuevos jugadores con los ingresos generados por un negocio propio -el futbolístico- en franco retroceso. Ya llegará en el futuro otra operación inmobiliaria que arregle las cuentas u otro gestor que se apriete el cinturón.

Lo dicho para el Madrid sirve para otros equipos con el mismo modelo. Si el negocio propio del fútbol arroja pérdidas en el club que cuenta con mayor afluencia de espectadores, ¿que no sucederá con otros equipos? Unos pocos clubes aplican una gestión diferente. Son los que recortan gastos, limitan fichajes y constriñen los salarios de los jugadores. Están mal vistos porque "no generan ilusión". Pues bien, si se admite el curso argumental anterior, emergen dos preguntas inevitables. La primera es si la gestión de clubes con una política de ilusión y huida hacia adelante constituye o no un ejemplo de competencia desleal. La segunda es: ¿Cuando se aplicará en la Liga española el tope salarial?

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