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Entrevista:FRANK CASTORF | Director teatral | FÓRUM DE BARCELONA | Espectáculos

"Un festival cultural con fondos públicos tiene el deber de la desobediencia"

Hay pocos artistas como el director alemán de teatro Frank Castorf, que entre el 28 de junio y el 1 de julio presentará en el Teatre Nacional de Catalunya (TNC) como parte del Fòrum Ciutat, Forever young, una libre adaptación de Dulce pájaro de juventud, de Tennessee Williams. En sentido estricto, no contesta ni una sola pregunta. Las rodea, picotea en ellas... y se vuelve a ir por las ramas. No es que evada las respuestas, su mente -y su teatro- parece ser así, un único vendaval de asociaciones. En Recklinghausen acaba de dirigir la edición más reciente del festival de Ruhr, un acontecimiento artístico creado en 1946 para que cultura y reconstrucción económica fuesen de la mano en lo que en aquel entonces aún era un baluarte industrial.

"Siempre que voy al extranjero me propongo mostrar qué extraños son los alemanes"
"De lo que se trata es de encontrar temas polémicos y asuntos que parecen poco populares"

"La idea era que alguien del profundo Este se ocupara del profundo Oeste, al que, sin duda, en esta gran depresión por la que atraviesa Alemania, aún le esperan tiempos muy difíciles", explica Castorf, nacido en 1951 en Berlín Este. Allí mismo, en la ya reunificada capital, dirige la Volksbühne, un centenario teatro con el que ha logrado cautivar a un público inusualmente joven y crear toda una marca de fábrica de producciones escénicas, musicales y artísticas. Hoy por hoy, es el director de teatro mejor valorado por la crítica alemana, aunque no necesariamente por el gran público, que con frecuencia se rinde desconcertado ante su vertiginoso, radical y perturbador lenguaje escénico.

Una provocación similar quiso llevar Castorf a la cuenca del Ruhr. Bajo el lema Sin miedo -"que puede abarcar todo y nada", según admite- organizó una atractiva programación con montajes teatrales y operísticos de Luc Bondy, Christoph Schlingensief, Calixto Bieito y Rodrigo García, y conciertos de Tom Zé y Adam Green, entre muchos otros. "Lo que hicimos fue ofrecer una concepción estilística y estética global, en la que la calidad debía prevalecer sobre la cantidad. Hay que tener la fuerza de decir que lo desacostumbrado es esencial y digno de ser defendido", sostiene.

Castorf aún no sabe mucho del Fórum de Barcelona, pero cree que "los festivales -y más aún los que han sido organizados con considerables fondos públicos- tienen el deber de la desobediencia". "De lo que se trata es de encontrar temas polémicos y ocuparse de asuntos que en apariencia no son populares", dice. Además, es importante "reunir el mayor número de producciones originales" y "no perder nunca de vista el contexto regional".

En el caso de Recklinghausen, este entorno es el de una aglomeración de ciudades, ya casi completamente desindustrializadas, en la que los obreros, por falta de trabajo, han sido degradados a "meros administradores de su propio tiempo libre", formula Castorf. "Es en este nuevo subproletariado, que ya no tiene trabajo, que ya no es importante, en el que pensamos a la hora de preparar la programación".

Pero el subproletariado no se sumó a la fiesta: en parte por la programación vanguardista y en parte por la crisis económica, muchos montajes se representaron ante salas medio vacías. Castorf está dolido por ello. "Muchos prefieren evadirse de la realidad y preferirían algo de distracción y glamour. Quien se desdiga de este mecanismo freudiano no sólo gana amigos", admite. En vista de las protestas, aún se ignora si el director berlinés también dirigirá el festival de Recklinghausen en los próximos dos años, tal como está previsto en su contrato.

De difícil recepción son también sus propios montajes, muchos de ellos basados en textos clásicos de la literatura -El idiota, de Dostoievski, y El maestro y Margarita, de Bulgákov, por ejemplo-, pero siempre repletos de alusiones procedentes de la torrentosa corriente mental de Castorf. Forever young, por ejemplo, es, a la vez, una adaptación de Dulce pájaro de juventud, de Tennessee Williams, una ácida mirada sobre el culto a la juventud, una reflexión sobre la reciente historia política de Estados Unidos, y un juego con el lenguaje cinematográfico enfrentado al teatral, con un público que, más que del escenario, acaba pendiente de la pantalla de vídeo que transmite lo que en él transcurre.

No siempre se entiende lo que allí sucede. "Conocer las obras originales, desde luego, ayuda a comprender los montajes, pero lo que para mí resulta más importante es mostrar, desde la intuición, aquello a lo que realmente se dedica la gente. Acciones físicas como la de agarrar y volver a soltar a alguien, por ejemplo. La rapidez con la que esto ocurre recuerda la de un águila que sabe exactamente por cuánto tiempo tiene que girar impasible por el aire antes de lanzarse a cazar al conejo. El teatro tiene que ser así: rápido, impactante, sorprendente y lo suficientemente libre de ideología como para ser natural", explica.

Forever young gira en torno a la descomposición del capitalismo en EE UU, pero dado que se trata de la visión personal de Castorf cuenta también mucho de la Alemania contemporánea. "Siempre que voy al extranjero me propongo mostrar qué extraños son los alemanes", afirma. Extraños y tenebrosos: "Ante el trasfondo de mi experiencia como ciudadano de la ex zona soviética, yo no confiaría demasiado en ellos. Cuando se deshaga la sublimación lograda durante la época del 68, en este sistema democrático volverá a hacer su aparición el socialdarwinismo".

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