Sáez se enfrenta a su peor recuerdo
El técnico que ha ocultado la alineación, tiene razones para estar preocupado: la victoria no garantiza nada y retiene en su memoria la derrota de Zaragoza
El seleccionador se salió ayer de la normalidad que le caracteriza. No dio la alineación, dato sin aparente relieve que alcanza cierta trascendencia con Iñaki Sáez. Desde su llegada a la selección, ha acostumbrado a la gente a no interpretar los signos, cosa que no ocurría con sus predecesores. Los clementólogos y los camachólogos se convirtieron en parte del paisaje del fútbol español. Lo requería la personalidad de los dos entrenadores, cortados por el mismo patrón en muchos aspectos. Con Sáez siempre se sabe lo que pasa. Ni tiene afán de protagonismo, ni se pretende descubridor del fútbol. Casi parece abrumado cuando se siente en el centro del escenario. Por eso extraña su decisión. O le ha dado un inesperado ataque de vanidad, o el partido con Grecia le preocupa demasiado.
Sáez tiene razones para preocuparse. En el razonable caso de que Portugal derrote a Rusia, España no estaría clasificada ni con la victoria. El partido con Grecia tiene un aire trascendente que va con el estilo de la selección en las primeras fases de los torneos. Nunca está tranquila. "Que se preocupen ellos", comentó Sáez en la víspera del encuentro con Rusia. Sonó a confianza y a equipo seguro de sus posibilidades. Ahora dice que sus íntimos le han aconsejado que oculte la alineación. No quiere dar pistas a su rival. ¿A qué suena? A tensión. Y a un mal recuerdo.
La posición de Sáez nunca fue más delicada que tras la derrota frente a Grecia en la fase de clasificación. El partido se jugó en Zaragoza y envió a España a la repesca. Sáez, que siempre tuvo que luchar contra la sensación de interinidad que se le imponía desde fuera, se sintió solo. Se le afeó la derrota con un rival de medio pelo y apenas se le dio otro margen que la victoria frente a Noruega en el decisivo duelo de clasificación. Ahora España se encuentra de nuevo con Grecia, y para Sáez es un momento especial. No puede ser de otra manera en su cabeza. Tiene la oportunidad de la revancha, pero es seguro que no se escapa al peso del recuerdo. Quizá ese punto psicológico ha operado decisivamente en alteración de su vieja normalidad. ¿Con qué efecto? Se sabrá esta noche en Oporto frente a un rival que ha adquirido nuevas proporciones.
La desconsideración que había por Grecia se ha convertido en un respeto justificado. Viene de ganar a Portugal, que en términos griegos es lo más parecido al maracanazo. Se habla en estos días de las características de un equipo rocoso, de una gran firmeza defensiva y rápido en el contragolpe. Ése fue el equipo que venció a España en Zaragoza, sin ningún mérito. Ganó en la única ocasión que tuvo: un tiro largo que superó a Casillas. Pero es cierto que España se desfondó en su terco ataque. No encontró la manera de imponerse a una defensa feliz de sentirse asediada. Hay equipo así. Grecia es uno. Es lo que le espera hoy a España, que tiene la máxima obligación de ganar. Más que eso: de ganar por la mayor diferencia posible de goles. Sería la manera de evitarse problemas frente a Portugal en el último encuentro. También sería un mensaje contundente a los favoritos del torneo y de acabar con las malas costumbres de España en las fases iniciales.
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