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Causas y efectos de una abstención

El último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas nos daba, antes del 13-J, la clave de la notable abstención en los comicios europeos. El 76% de los españoles creen que les afectan las decisiones del Parlamento comunitario, pero, contradictoriamente, al 54% le interesan poco o nada las noticias referidas a la UE y el 65% se considera nada o poco informado de su funcionamiento institucional. En todo caso, mi impresión es que en España suele votarse más en contra de alguien que a favor de algo y que compartimos con los demás europeos el deseo de intervenir directamente en la elección de un jefe de gobierno a través del voto parlamentario. El día en que los ciudadanos de la UE puedan repetir, en ese nivel más amplio y decisivo, lo que acostumbran a hacer en sus respectivos Estados nacionales participarán en la elección del Parlamento común con un interés muy parecido, si no mayor. Para lograr que la gente viva las elecciones europeas como unas generales y las estatales de siempre como unas autonómicas nuevas dentro del Estado federal o común, habría que convencerla de que vote la próxima vez (como ya pudo hacerlo el otro día) a los partidos nacionales que forman en Estrasburgo grupos de izquierda progresista y federalista, pues ellos son los que impulsan una estructura y un funcionamiento del sistema político europeo como el descrito.

La realidad es que se ha sumado a una abstención irresponsable (por estar mal informada y ser contradictoria con lo que en teoría aspira el abstencionista crítico) un voto más interesado en castigar a los gobiernos (menos al español), cosa que sólo en Francia e Italia favorecía a la izquierda europea. En ese voto se incluye el peligroso ascenso francés, británico y belga del nacionalismo xenófobo y antieuropeo. Pese a todo, la izquierda transformadora, federalista, social y ecológica tiene ahora 267 escaños, uno menos que el PP europeo. Si entre los 63 del grupo de centro liberal hubiera quien inclinara la balanza en favor de los cambios propugnados por los progresistas, los motivos abstencionistas desaparecerían en gran medida. Pero la derecha partidaria de seguir como estamos puede apoyarse en el sector más conservador de los liberales o en los dos grupos de derecha extrema que, juntos, cuentan con 46 escaños desestabilizadores. ¡Cómo habrían cambiado las cosas sin esa abstención suicida que nadie ha sabido, podido o querido evitar!

La abstención española aporta serias lecciones. Se nutre, en parte, de una campaña electoral más de combate que de debate. Obligado el PSOE, por la actitud revanchista y de pertinaz mentira del PP, a revalidar su victoria de marzo más que a sustituir su idealismo europeísta, lleno de afirmaciones correctas pero demasiado generales, por informaciones concretas de cuán mal funciona el sistema europeo y de cómo funcionaría mejor y más próximo al ciudadano, la abstención le perjudicó más que al PP. Aunque los dos puntos con que superó a su rival confirman los que ya obtenía al final de la campaña, sin mediar la ira popular que acabó de echar al aznarismo, la abstención del 13-J hace dudar del fundamento racional de una ira más coyuntural y espontánea que fundada en la necesidad de vencer de nuevo al PP (y de paso al PP europeo) para obligarle a cambiar de actitud y de estrategia antidemocráticas. Somos aún ciudadanos meramente reactivos, pero muy poco activos a la hora de luchar, coherentes y constantes, por lo que decimos no querer y solemos defender lo que aspiramos ¡absteniéndonos! Es significativo que, excepto Italia, donde votar es obligatorio, hayan sido Dinamarca y España los países donde la victoria de los socialistas coincide con una relativa participación mayor de los ciudadanos. ¡Qué pena no haber repetido nosotros la que echó al PP del poder! La izquierda europea habría superado al PP continental. ¿Cómo no lo vimos tan claro?

En Cataluña se ha dado, en cambio, la aparente paradoja de que una abstención mayor que la media española ha supuesto la arrolladora victoria casi absoluta del socialismo catalán. Pero esto se debe a que se han abstenido muchos votantes de CiU, que rechazan el soberanismo táctico por cuyo monopolio Convergència rivaliza con ERC. El dividido nacionalismo llega muy pronto a un techo electoral precario, pues ni ERC se amplía con votantes de CiU ni la abstención de éstos logra otra cosa que el ascenso relativo del PP; tentadora opción futura, favorable al tacticismo de Unió Democràtica. Cuando CiU concluya su irreversible caída en picado, tras perder su antiguo líder y el poder de una Generalitat basada en intereses que hoy se dispersan buscando nuevos acomodos, UDC y el PP volverán a cambiarse cromos para oponerse a un PSC hegemónico. Pero éste ha salido fortalecido una vez más y ahora espera que ERC no siga erosionando al Gobierno tripartito desde fuera, no sólo por lealtad obligada, sino para no caer ella también en contradicción interna y en la división que se está dando ya en su rival nacionalista CiU. A su vez, si el PP de Rajoy interpreta su derrota del domingo como una reválida del aznarismo y prolonga su viejo estilo, nada tendrá que hacer en Cataluña contra su Gobierno de hegemonía socialista y éste podrá ir logrando, con diplomacia y tenacidad de gota malaya (ya sin erosiones provocadoras de la ERC extragubernamental y con el apoyo responsable de ICV) lo que Rodríguez Zapatero prometió en su día, pues, de nuevo y como se ha comprobado, ha sido en Cataluña donde mayor apoyo encuentra su talante y su política, pese a la abstención sufrida también por el PSC. En fin, según como se mire, podría decirse que, en este caso, para los socialistas catalanes no hay abstención que por bien no venga. Pero, por el bien de todos, que sea la última vez en general y pensando en Europa.

J. A. González Casanova es profesor de Derecho Constitucional en la Universidad de Barcelona.

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