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¿Alternancia o alternativa?

Cada vez que hay elecciones resulta apasionante poder reflexionar sobre causas y consecuencias. Los ciudadanos de la nueva Europa hemos hablado y con un único acto hemos querido decir muchas cosas. Cierto que muy diferentes y, en ocasiones, contradictorias. Pero todo lo que hemos querido decir merece atención. Incluso la forma de decirlo ha sido en esta ocasión muy significativa. No hay más que detenerse en el análisis de los que se han expresado mediante el voto y aquellos que de forma mayoritaria han hablado con la abstención ¿Quiénes han dejado oír su voz con más fuerza? La escala también tiene un significado muy importante, puesto que las elecciones admiten lecturas en la escala europea, en el ámbito de cada Estado y, en ocasiones como en España, en el nivel regional.

En la escala europea, entiendo que el resultado obliga a los responsables políticos a hacer una muy seria reflexión sobre las causas de la desafección y a tomar decisiones en consecuencia. El proyecto político europeo se encuentra seriamente amenazado. Reclama más liderazgo político y moral y capacidad para saber mirar más allá de las respectivas fronteras. Exige capacidad para devolver a los ciudadanos más confianza y más seguridad en que desde la política se van a resolver los efectos perversos del proceso globalizador en materia laboral, de protección social y medioambiental. Obliga a superar el déficit democrático, a reforzar el perfil político del parlamento y a profundizar en el modelo federal. Aconseja, en fin, una gran prudencia para saber superar expresiones de desafección profunda como las ocurridas en los países recientemente incorporados o la emergencia de opciones disolventes como las que han avanzado en el Reino Unido, en Holanda o en Bélgica.

En segundo lugar, las elecciones al Parlamento europeo han servido, una vez más, para dirimir cuestiones propias del ámbito de cada Estado. En este caso, la derecha española había planteado estas elecciones de forma equivocada como una segunda vuelta de las pasadas elecciones generales. Con toda seguridad, si hubieran obtenido un voto más que el Partido Socialista, hoy estarían reclamando elecciones generales anticipadas argumentando, como han hecho durante toda la campaña, que las pasadas elecciones generales no fueron legítimas. La victoria del Partido Socialista puede resultar benéfica para todos. Sirve, en primer lugar, para garantizar la consolidación del proyecto de Rodríguez Zapatero y para proporcionar a la vida política española la normalidad y estabilidad necesarias. El nuevo gobierno dispone ahora de tiempo y crédito suficientes como para desplegar, sin apresuramiento, las medidas e iniciativas prometidas y para abordar con más inteligencia que hasta ahora conflictos territoriales como el del agua. El Partido Popular tendrá tiempo ahora para comprobar que la derrota no admite adjetivos. Que no hay derrotas dulces o amargas, sino derrotas. Y ahora le corresponde, con un notable respaldo social, ejercer la tarea de oposición. Por su parte, Izquierda Unida habrá de afrontar una situación crítica en un contexto poco favorable. Por último, todos tendrán que acostumbrarse a entender que vivimos en un Estado plurinacional con expresiones políticas que no pueden ser calificadas como algo premoderno o prepolítico, sino que formarán parte del paisaje político en este nuevo contexto globalizado.

Pero las elecciones europeas también admiten lecturas más domésticas. Y los resultados de la Comunidad Valenciana, por su interés y por su repercusión en el conjunto del Estado, también merecen un análisis. Una vez más, la derecha obtiene en la Comunidad Valenciana más apoyo ciudadano que los socialistas. Mi opinión al respecto es que los ciudadanos que han votado en la Comunidad Valenciana han reiterado un mensaje claro al PSPV-PSOE como principal partido de la oposición: si quieren ser alternativa de gobierno a medio plazo deben merecerlo. Hoy por hoy, a juicio de la mayoría, no son percibidos como alternativa creíble, fiable y sólida. El PSPV-PSOE no sólo no aporta nada al conjunto del socialismo español, sino que se ha convertido en un lastre. El socialismo valenciano no simboliza la idea de cambio, como en el caso de la actual dirección federal del PSOE. Y esa anómala situación condiciona muy seriamente futuras mayorías en España y aleja, aún más, la posibilidad de que la izquierda pueda gobernar en la Comunidad Valenciana.

Esta circunstancia es particularmente llamativa si se tiene en cuenta que el PP de la Comunidad Valenciana atraviesa por una profunda crisis como partido y evidencia una preocupante incapacidad para desarrollar la acción de gobierno. Desde hace un año el gobierno regional atraviesa una situación presupuestaria crítica y la acción cotidiana de gobierno hace meses que se resiente de esta situación. Sin embargo, de esa crisis no sólo no se beneficia la izquierda, sino que el Partido Popular sigue contando con el apoyo mayoritario.

La situación es suficientemente preocupante como para que los actuales responsables del socialismo valenciano empiecen a analizar seriamente las causas sin mirar hacia otro lado. Sería una equivocación pretender justificar los recientes resultados intentando buscar la explicación extramuros de la organización. Se trata de un problema estructural que esa organización debe abordar con claridad, con transparencia y con valentía. Y si no es así, en las próximas convocatorias los ciudadanos no le otorgarán la mayoría suficiente como para poder formar gobierno ni en las grandes ciudades ni en el gobierno regional.

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Decía el maestro Bobbio que en el lenguaje político ocupa un lugar muy relevante, además de la metáfora espacial, la temporal, que permite distinguir a los innovadores de los conservadores, los que miran al sol del porvenir de los que iluminan el camino con las linternas del pasado. Creo que el problema fundamental del socialismo valenciano reside precisamente ahí. Se ha afianzado una visión conservadora de la acción política que consiste en esperar a que alguna vez, por desgaste del adversario, se produzca la alternancia y en ese momento estar bien posicionado en el organigrama interno. Mientras tanto, la energía se dedica básicamente a afianzar posiciones de poder en la organización descuidando los espacios de encuentro con el tejido social y no prestando la atención debida a la construcción de un proyecto político dirigido a una mayoría social.

Sin embargo, el argumento de la alternancia es falso. En primer lugar, porque puede no producirse en mucho tiempo. Pero, sobre todo, porque si alguna vez se produjera descansaría sobre el castigo al adversario más que en la confianza depositada en tu propia opción. Decía no hace mucho Rodríguez Zapatero, y estoy completamente de acuerdo, que la confianza de los ciudadanos hay que merecerla. Y la confianza se consigue construyendo alternativas, no resignándote a la alternancia.

Joan Romero es catedrático de Geografía de la Universitat de València.

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