Desmanteladores
Periódicamente, portavoces del neoliberalismo más agresivo, desde la seguridad de su posición social y garantizado su holgado futuro económico, augurando grandes catástrofes, claman por el desmantelamiento del Estado del bienestar. Como en el ejemplo del Evangelio, no ven la viga que representa la desmesura de sus ingresos, mientras claman por la paja de un salario mínimo, unas pensiones mínimas o una sanidad y una educación insuficientes. No quieren darse cuenta de que no es el Estado social europeo quien pone en peligro nuestro futuro, sino la codicia sin límite de muchos ejecutivos. El último vocero de esos liberales ha sido Alfredo Sáenz, vicepresidente de un banco que año tras año supera su propio récord de beneficios: sólo con los 60 millones de euros del fondo de pensiones blindado de que se ha dotado se podrían pagar el salario mínimo anual de más de ocho mil trabajadores. Estos hechos descalifican a quienes desde actitudes próximas a la rapiña pretenden dar consejos de moderación. Y si, además, con sus declaraciones crean alarma social, debe ser la Fiscalía quien los haga callar, y el fisco quien ponga límite a unas diferencias escandalosas.
Claro que las normas que predican esos adalides sólo son aplicables a quienes no son de su clase, y cuando les interesa les dan la vuelta como si de un calcetín se tratara. Alfredo Sáenz no ha hecho ascos a que la banca recibiera ayudas públicas para salvar de la quiebra a entidades gobernadas por personas de su categoría y clase. Estas personas, si tanto peligro ven al futuro europeo, harían bien en marcharse al país del dólar y no molestar a quienes defendemos un Estado social cuya expansión por el mundo es necesaria para solucionar sus graves problemas.
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