Revolcón laborista
El revolcón de los votantes británicos a su primer ministro, Tony Blair, en las elecciones locales del jueves es de los que dejan huella. El laborismo gobernante ha pasado a ser la tercera fuerza política del país, detrás de la oposición conservadora y los liberales-demócratas, situación sin precedentes para el partido gobernante en el Reino Unido. El veredicto de las urnas no condena irrevocablemente al líder laborista a la derrota en las generales de 2005, pero obligará a su partido a esmerarse especialmente para recobrar la estima perdida, sobre todo por causa de Irak, gran catalizador del varapalo electoral, aunque en la abultada derrota afloran otros síntomas de descontento.
Que el laborismo haya perdido casi 400 escaños municipales no significa que la oposición conservadora se haya alzado con el santo y la limosna, pese a los más de 230 escaños recuperados respecto de los comicios de 1999. El intento tory por vender su resurreción como una muestra de que por fin son una alternativa nacional, lista para volver al poder, es por el momento prematuro. Los británicos consideran a su Gobierno claramente impopular, pero eso no le garantiza a Michael Howard que vaya a ocupar el año próximo el número 10 de Downing Street. Que los tories no han conseguido capitalizar claramente el descontento, pese a sus importantes ganancias, lo sugieren hechos como que no hayan podido recuperar Newcastle, histórico feudo laborista que ha ido a parar a los liberal-demócratas.
Blair y su partido han puesto demasiado énfasis en considerar Irak la causa de todos sus males. Es una maniobra calculada. Es cierto que la aventura iraquí nunca ha sido digerida por el electorado, y que su impopularidad no ha dejado de crecer; más aún, si las cosas no cambian mucho, será una factura que el laborismo no habrá acabado de pagar todavía con su correctivo de ayer. Pero los británicos se sienten también defraudados por el Gobierno en temas tan internos como el empleo, la inmigración o los servicios públicos. Al hacer de Bagdad el argumento único del fiasco, Blair intenta vender la idea de que lo peor ha pasado, y que la nueva resolución del Consejo de Seguridad liquidará el agujero negro que ha hipotecado la capacidad de su partido para lidiar con los más espinosos temas domésticos.
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