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Reportaje:

Los desvíos de la Historia

La clave de los aciertos y de los excesos del tumultuoso espectáculo multimedia ofrecido en esta oportunidad por PhotoEspaña 2004 probablemente se encuentra en la súbita toma de consciencia por parte de Horacio Fernández, su director artístico -y del resto de sus organizadores y promotores- del carácter defectivo de la fotografía. De su insuficiencia radical. La fotografía desde siempre, desde la primera que nos queda, hecha en 1816 por Nièpce desde la ventana de su estudio en una aldea francesa, ha demostrado que lo que muestra es insuficiente, que hay siempre algo fuera del encuadre y que dentro del propio encuadre hay igualmente algo que se echa en falta. Y que no se sabe qué es. Se sabe que falta pero no se sabe en realidad qué es lo que falta. De allí que la fotografía haya estado expuesta desde siempre a la imposición de un pie de foto que pretende remediar su aislamiento e insuficiencia articulándola con un discurso que la absorbe y la llena de sentido.

En PhotoEspaña la fotografía se codea, en pie de igualdad, con la pintura, el cine, el vídeo y la imagen publicitaria

La fotografía moderna, en la versión pura y dura ofrecida por Beaumont Newhall, el mítico director del Departamento de Fotografía del MOMA de Nueva York, contrarió ese vínculo, imponiendo como signo de distinción modernista ese grado cero del pie de foto que es el "sin título". Las fotos eran para él y sus numerosos seguidores imágenes y nada más que imágenes. Autosuficientes. Absolutas.

PhotoEspaña 2004 da por definitivamente agotada esta estética muda, entregándose alegremente a la operación contraria que es la de reconocer y promocionar el vínculo de la fotografía con los discursos que la absorben y la exceden. De allí la consecuencia del título o el eslogan que Horacio Fernández ha elegido para sellar la presente edición de la misma: Historias. Así, en plural, y habría que añadir, que en minúscula, para subrayar mejor que lo que se pretende subrayar y mostrar ahora no es la relación de la fotografía con la historia con mayúsculas, como lo hacían las tradiciones hegeliana y marxista, sino su nexo con las historias, de cada uno y de cada quien, que nos contamos o nos cuentan siempre con la secreta intención de ofrecernos un hilo de Ariadna que nos pueda ayudar a salir del laberinto en el que con tanta frecuencia se extravían nuestras vidas.

Aunque tampoco esta definición es exacta porque también hay entre las muchísimas obras expuestas en esta ocasión piezas que se refieren a la Historia como lo hacen evidentemente los fotomontajes antifascistas que John Heartfield realizó para la revista AIZ. O los que Gustav Klucis incorporó a carteles destinados a movilizar a las masas en apoyo a Stalin y a su primer plan quinquenal. Pero la verdad es que encajan mejor con la orientación dada a PHE04 por Fernández, trabajos como el del artista chino Chen Chieh-Jen, quien en la muestra Párpados y labios exhibe Lingchi-Ecos de una fotografía histórica, una película que reconstruye el descuartizamiento en 1905 del culpable del asesinato de un príncipe. Se llamaba Fu Tchu-Ki y el lentísimo ritual de trocear en cien partes su cuerpo juvenil fue seguido por un público expectante y quizá ávido, y por un fotógrafo anónimo que captó la secuencia y la redujo a un puñado de fotos atroces, la primera de las cuales se publicó por primera vez en Europa en 1913. Chieh-Jen reconstruye en un escenario y con actores lo que falta en las fotos de ese episodio y ofrece simultáneamente un magnífico ejemplo de cómo un acontecimiento histórico puede convertirse en un relato personal dominado por la fascinación ejercida sobre cada quien por una experiencia extraordinariamente cruel.

Cabría añadir, además, que la Historia asedia continuamente el discurso curatorial de Fernández, interrumpiéndolo o desviándolo, obligándolo en cualquier caso a hacer referencias constantes a temas que pertenecen a su campo específico como son la memoria colectiva, el documento, el archivo, el monumento y la ruina.

Lo obliga a ocuparse igualmen-

te de la historia como relato o narración y de la distinción que se da en su interior entre realidad y ficción y entre testimonio y elaboración puramente imaginaria. De hecho Fernández tropieza incluso con el delirio, o sea, con esa pérdida del principio de realidad que da lugar a la confusión de estas distinciones y categorías en un discurso único. Y de alguna manera ha sido víctima de él, como lo refleja la más importante de las decisiones que ha tomado y que consiste en expulsar a PhotoEspaña de los confines de la fotografía para arrojarla como evento a un terreno sin encasillamientos ni fronteras definidas, en donde la fotografía pasa a ser una más entre las "artes visuales". Y en donde se codea en pie de igualdad, sin ostentar ningún privilegio ni ninguna desventaja especial, con la pintura, el cine, el vídeo y la imagen publicitaria. Se comprende, entonces, la nueva definición adoptada por sus promotores y organizadores: Festival Internacional de Fotografía y Artes Visuales. Y se comprende que bajo esta sombrilla se reúnan exposiciones de fotografía en sentido estricto como Variaciones en España, propuesta en el Centro Cultural de la Villa como "una síntesis de la historia de la fotografía en España". O muestras individuales como la de Horacio Coppola, "el último de la Bauhaus", en la galería Guillermo de Osma, o la de Uschi Huber, el discípulo díscolo de los Becher, en la sala Liquidación Total.

Y junto a ellas, exposiciones dedicadas monográficamente a un artista, como es el caso de la de fotografías de Luis Gordillo en el Círculo de Bellas Artes. O la del cineasta Basilio Martín Patino, en el Centro Cultural Conde Duque. Por faltar no falta ni siquiera el cine, que está bien representado en los ciclos comisariados por Pablo Llorca: Nieve negra -dedicado a un grupo de cineastas canadienses- y la I Semana de Cine PHE04 articulada en torno a la pregunta ¿Por qué contamos?

La heterogeneidad de la programación de este festival es todavía mayor de lo que indican los ejemplos mencionados. Y su abrumadora diversidad concede, por contraste, un valor añadido a propuestas como la de Rogelio López Cuenca, quien en vez de saturarnos con más imágenes nos ofrece la oportunidad de que simplemente las imaginemos a partir de los pies de foto que ha impreso con tipografía deportiva sobre carteles pegados en las calles de Madrid. Todos están referidos a acontecimientos históricos bien conocidos por todos nosotros y dan una vuelta de tuerca inesperada a la relación inevitable entre la foto y la Historia. O las historias.

'Cuando cruzaba la avenida Chapultepec a la altura de la calle Monterrey, alrededor de las 14.00 del 29 de abril de 1979, la señorita Adela Lagarreta Rivas fue atropellada por un Datsun blanco' (1979), de Enrique Metinides.
'Cuando cruzaba la avenida Chapultepec a la altura de la calle Monterrey, alrededor de las 14.00 del 29 de abril de 1979, la señorita Adela Lagarreta Rivas fue atropellada por un Datsun blanco' (1979), de Enrique Metinides.

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