Reciclar a Tita
"La basura brilla cuando sale el sol", escribió Goethe, seguramente refiriéndose a algún canalla, tramposo o mediocre con éxito, pero sin saber que doscientos años más tarde su frase iba a dejar de ser una metáfora para convertirse en un hecho. Hoy día, la basura, que es la sombra sólida de la humanidad, puede transformarse en luz, y de hecho ya se lleva tiempo haciendo en Madrid: al fermentar, los residuos producen gas metano, que hasta ahora se había usado para el suministro eléctrico y ahora se va a transformar en combustible para los autobuses de la EMT. Una buena noticia, porque ese biogás es, al parecer, mucho menos contaminante, y le quitará cuchillos al aire de la ciudad. Reciclar es curar porque hace que cada cosa viva dos veces.
Pero igual que se reciclan las latas de conservas, se pueden reciclar las reputaciones de las personas, y de eso sabemos mucho en este país millonario en olvidos, donde, por poner un ejemplo vistoso, a estas alturas da la impresión de que aquí, tras cuarenta años de dictadura, nunca hubo franquistas: en todo caso, hubo republicanos, demócratas enmascarados en plan Manuel Fraga, respetables monárquicos y falangistas críticos; pero lo que se dice franquista, da la impresión de que no lo fue ni doña Carmen Polo, que Dios tenga en su gloria. Ya ven, una auténtica partisana, y tal. Sin embargo, las reputaciones parece que se separan y seleccionan igual que los residuos en los vertederos, a un lado las que se pueden volver a utilizar y al otro las descartables, aquellos a los que no se les puede ni se les debe dar una segunda oportunidad. Con la diferencia de que en lo que respecta a los desechos se actúa siempre con criterios científicos y en lo que respecta a las personas se actúa a veces con una arbitrariedad inexplicable. O si no, fíjense en el caso de la baronesa Thyssen-Bornemisza.
Les doy mi palabra de que a mí ponerme a hablar bien de una baronesa me produce cierta inquietud; pero es más grande el enojo que siento cada vez que oigo hablar de ella con cierta ironía, frecuentemente con conmiseración y aún más a menudo con franco desprecio. ¿Por qué? ¿No es la colección del Museo Thyssen quizá el mayor regalo que le haya hecho nunca alguien a España y, más concretamente, a la ciudad de Madrid? Como todo el mundo sabe, no existe dinero en el mundo para pagar los cuadros de esa colección, porque el arte que alberga tiene un valor, pero no tiene un precio: un valor cultural e histórico incalculable. Y, desde luego, los 350 millones de dólares que pagó en Estado español por ella en 1993 son una cantidad simbólica. ¿Y gratitud? ¿Existe gratitud suficiente como para compensar la generosidad de Carmen Cervera y su lucha por darle a su país un tesoro de esa categoría? Debiera existir. Sin embargo, muchas veces se habla de la baronesa con desdén, en público y especialmente en privado. Sin duda, su pecado es su pasado, y se le echa en cara haber protagonizado hace tres décadas unas cuantas películas de segunda categoría y, sobre todo, haberse casado con un hombre que la hizo rica. De manera que, siguiendo una lógica oscura según la cual parece que nadie tiene derecho a saltarse su destino para mejorar, a Carmen Thyssen casi siempre se la mira por encima del hombro, pero ésta quién se habrá creído que es, como si no la conociéramos, tanto comprar obras de Brueghel, Rodin, Corot, Renoir, Pisarro, Gauguin, Kandinsky, Picasso y Juan Gris. Las ha comprado con su dinero, que también podría dedicar a hacer pozos de petróleo o a traficar con armas, y acaba de colgarlas en las salas de la ampliación del Museo Thyssen-Bornemisza, que hoy se abre al público y que va a multiplicar por dos los privilegios de vivir en Madrid y los deseos de visitarlo. De momento, su propietaria ha prestado todas esas maravillas a España hasta el año 2013 y de forma gratuita. Tres hurras por Carmen Cervera. Yo creo que el Ayuntamiento de Madrid debería ponerle a la calle Santa Isabel el nombre de la baronesa, en señal de respeto y para honrar su memoria. Pero como esas cosas son lentas, ya puestos a reciclar, se me ocurre que a lo mejor podían buscar por ahí la medalla que le dieron a Bono, cambiarle la inscripción y ponérsela a Carmen Cervera. Sería un gran ejemplo de reciclaje.
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