La lista de la risa y el olvido
En el número 10. El que a continuación nos muestra su estado de ánimo es Francis Scott Fitzgerald: "Descubrí que estaba más que cansado. Podía estar tumbado, y me alegraba hacerlo, durmiendo o dormitando en ocasiones hasta veinte horas diarias, y en los intervalos trataba resueltamente de no pensar. En cambio hacía listas y las rompía, cientos de listas: de jefes de caballería y de jugadores de fútbol y de ciudades, de canciones populares y de épocas felices y aficiones y casas donde viví. Y listas de mujeres que me gustaron, y de las veces que había dejado que me desairaran personas que no eran mejores que yo ni en carácter ni en capacidad... Y entonces, de repente, por sorpresa, me encontré mejor... Y me rompí como un plato viejo en cuanto oí las noticias". Éste es el paisaje de los alrededores de la melancolía. Cuando alguien se hunde en los abismos de la depresión, hace listas.
Creo que casi nadie escribe para el éxito, pero a casi todo el mundo le gusta acariciarlo
Las listas de los diez más vendidos, de los diez mejor vestidos o de lo que sea, son muestra de neurosis y depresión colectiva
En el mismo vecindario del depresivo, escondido en su cueva inmaculada, el neurótico odia los flecos y los filos, busca la limpieza del redondeo, siente un turbador entusiasmo por el sistema decimal. ¿A qué lleva todo esto? A que hacer listas de diez es síntoma de neurosis y depresión. Las listas de los diez más vendidos, de los diez mejor vestidos o de lo que sea, son muestra de neurosis y depresión colectiva.
En el número 9. Lejos de sus trabajos, que nada tienen que ver con la edición, el periodismo o la literatura, conozco a mucha gente que lee. Ninguna de esas lecturas brilla en la lista de los más vendidos. Supongo que, a través de referencias, mis amigos siguen buscando en sus autores preferidos el refugio del mito, o quizá consuelo, o una identidad, o un combate intelecto a intelecto, o emoción a emoción. Y no son esnobs. Eso sí, el que lee una y otra vez Los siete locos de Roberto Arlt y enuncia sentencioso: "No sigáis en vuestra búsqueda, que aquí está todo", sólo es el octavo demente. ¿Por qué se puede ignorar la lista de los diez libros más vendidos? Porque a Bisbal puedes oírlo por casualidad, pero nadie te va a poner una pistola en el pecho para que te empapes de las certezas de ¿Arde Nueva York? Además, si el libro es bueno, seguirá en su sitio dentro de diez o veinte años. Mucha de esa gente que conozco compra su lectura en las librerías de lance. Si no se editase ningún libro más a partir de mañana, ellos seguirían leyendo toda la vida.
En el número 8. Tengo ante mí una de esas listas. Es del año 1965. Creo que es del New Yorker. El primero es Juliano, el Apóstata de Gore Vidal. El segundo, El espía que surgió del frío de John Le Carré. El tercero: Armageddon de Leon Uris. ¿Tiene eso algún significado? Imaginemos que Gore Vidal se llama Archibald Learned y es el maduro catedrático de Oxford que, con una prosa pulida, inventa una autobiografía en torno al emperador que quiso volver al paganismo. Tras el éxito, Archibald regresa a sus obligaciones académicas. ¿Recordaríamos el libro? ¿Recordaríamos al autor? Sigamos imaginando. John Le Carré abandona el género de espías y sigue el rumbo que inició y rompió con El amante ingenuo y sentimental. ¿Se hubiesen dado los editores de tortas para publicar Amigos absolutos? ¿Por qué Leon Uris no aparece en la Enciclopedia Encarta? ¿Se sigue leyendo en algún sitio, al menos en Israel, al autor de la, digamos, poco objetiva Éxodo?
En el número 7. Ante mis ojos se presenta ahora la lista del suplemento 'Culturas' de La Vanguardia que corresponde al 26 de mayo de 2004. El primero es La hermandad de la Sábana Santa. El segundo, El código Da Vinci. Alto ahí. Una conclusión es innegable. Cierto ocultismo está de moda. Pero ¿no lo lleva estando desde hace mucho? Las calles rebosan de tiendas dedicadas al yuyu sobre las que uno, al pasar por delante, se pregunta quién entrará, y si saldrá. En la esquina de mi casa, y no miento, se levanta un supermercado ocultista. Como pude comprobar que, gracias a la transparencia de puertas y escaparates, si era atacado, los viandantes lo verían todo, me animé a indagar en sus anaqueles. Adquirí el interesante volumen La Hermandad de la Rosa Cruz de A. E. White y, desde que fui a Hacienda a pagar una multa (por un despiste, ya se imaginan), no había tenido ocasión de sentir posados en mí esos ojos que combinan la distancia y el reproche, completado todo ello por un frío y aséptico trato comercial poco menos que inquietante. ¿Darán nombres a la CIA como dicen los conspiranoides que se hace con todo comprador de El guardián entre el centeno? Si es así, todos aquellos que hoy leen La hermandad de la Sábana Santa pueden ser llamados a declarar en una futura, y nunca mejor dicho, "caza de brujas". Un comité preguntará por antiguas actividades: "Señor Casavella, confiese de una vez: ¿ha leído o lee El código Da Vinci?". "No, señoría, yo sólo leo Los siete locos de Roberto Artl". "¿Y esta crítica? ¿O no lee usted los libros que critica?". Basta, basta...
En el número 6. En la lista que manejo, la tercera plaza corresponde a Hombres de lluvia y la cuarta a La sombra del viento. Más de uno se adelantará a asegurar que incluir una perturbación atmosférica en el título de un libro asegura el éxito. Antes se decía lo mismo de las palabras "corazón" y "alma". Por eso un ambicioso tituló su novela El corazón del alma. ¿Se pueden sacar conclusiones de que el viento sustituya al alma y la lluvia al corazón? No, no se puede.
En el número 5. Camino por la selva oscura de mi recuerdo y saludo a los éxitos de ventas de antaño. ¿Qué se hizo de la Pelsebú, de la Viquibú y del Somersé, como transcribía el llorado editor Lara a sus figuras de los años cincuenta, Pearl S. Buck, Vicki Baum y Somerset Maugham? Hola, Vizcaíno Casas. Hola, Ángel Palomino. Hola, José Luis Coll. Hola, Álvaro de la Iglesia. Pienso en Una larga y cálida meada, innegable masterpiece de este último, y levanto la vista al cielo para preguntar: "¿Por qué?". Sigo mi sendero y saludo de nuevo. Hola, Cien años de soledad. Hola, Si te dicen que caí. Hola, La insoportable levedad del ser. Vuelvo a la levantar la vista: "¿Por qué?". El cielo no responde en ningún caso.
En el número 4. Digan lo que digan los ocultistas, sólo existe un resplandor que, fosforescencia de cadáveres aparte, emane del cuerpo humano: el rostro de un editor cuando un libro suyo está en las listas de ventas, y luego, como el Tíber fugitivo en el soneto de Quevedo, "permanece y dura". Sólo los que saben qué significa un éxito aprenden a disfrutarlo.
En el número 3. Si, como intuyó Esperanza Aguirre, Saramago fuese Sara Mago ¿estaría en las listas con su Ensayo sobre la lucidez? ¿O existiría ese sexismo encubierto en hombres y mujeres que insinúa que una mujer sólo puede tener éxito si habla de pasiones, de lluvia, o de su condición de abuela, o de presidenta consorte?
En el número 2. Creo que casi nadie escribe para el éxito, pero a casi todo el mundo le gusta acariciarlo. El éxito es la forma más sensible del reconocimiento, y algo de reconocimiento es lo que busca un escritor. Sin embargo, existen escritores que ya se sienten reconocidos por la llamada de un amigo, y otros que no están contentos ni con el éxito de Zafón multiplicado por diez. ¿Saben el chiste del premio Nobel? Tras iniciar el baile de gala con su mujer, el recién investido premio Nobel de Literatura lanza a un lado y a otro aviesas miradas de odio y alarma. "¿Te pasa algo, cariño?", le pregunta su esposa. El escritor responde: "¿Que si me pasa? ¡Mírales! ¡Está clarísimo! ¡Ya verás como el año que viene no me lo dan!". Quiero suponer que, entre otros impulsos más altos, un escritor sólo escribe para seguir escribiendo. Puede que se canse, puede que muera. Puede que importe y puede que no.
Y en el número 1. Una vez estuve en la lista de los más vendidos. Cuando descubrí mi nombre tuve la impresión de que me había salido una seta venenosa en medio de la frente. Cuando salí de la lista, justo la semana siguiente, fue como si me hubieran arrancado una muela.
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