México, sempiterno aspirante a reformarse
Lo más notable de la reciente Cumbre América Latina-UE, celebrada en Guadalajara, es que haya tenido lugar, pese a que la ocasión no fuese la mejor. Por una parte, América latina está absorbida por conflictos interestatales (Bolivia con Chile, Colombia con Venezuela, Cuba con México) que enmascaran el hecho de que, salvo en Chile, las democracias no consiguen arraigar, lo que al final impide la cohesión necesaria para hablar con una sola voz; por otra, la UE, centrada en la ampliación, se ha desentendido de Iberoamérica, como deja bien patente el descenso del comercio y de las inversiones. Pese a que sean comparables por población (la UE 8% y América Latina 7% de la del mundo), la UE representa el 38% de las exportaciones y el 25% de la riqueza mundial, mientras que América Latina, el 5% y el 6% respectivamente. Un diálogo, de suyo difícil por el enorme desequilibrio entre ambos interlocutores, se ha hecho aún mucho más en el último decenio.
Decía que lo más relevante es que, pese a ausencias significativas, la cumbre se haya celebrado, porque confirma como normal lo que hace dos décadas parecía imposible, que Europa se entrometiese en el "patio trasero" de Estados Unidos. El interés latinoamericano por Europa no ha dejado de crecer, no sólo porque América es el continente más europeo de los de ultramar, sino porque los latinoamericanos se aferran a Europa como la mejor forma de nivelar sus relaciones con el gigante del norte. Desde los tiempos de Porfirio Díaz ésta ha sido la política constante de México.
La cumbre de Guadalajara ha colocado por unos días a México en el centro de la atención de europeos y latinoamericanos. Desde mediados de los sesenta, cada dos o tres años, he visitado este país con diferentes motivos. No había vuelto desde la presidencia de Ernesto Zedillo y me ha dolido encontrarme con la situación de siempre. Pese a un crecimiento de un 3% de la economía, con precios altos del petróleo, no avanza la reforma fiscal, clave para el ulterior desarrollo socioeconómico, sin que se hayan producido cambios en una estructura social, que muestra la misma enorme desigualdad, con más de la mitad de la población en la indigencia, a la vez que permanece la vieja corrupción y el escaso respeto por los derechos humanos. Lo peor es que se ha perdido la confianza en que puedan cambiar las cosas y en los sectores medios, en especial entre la clase política, campea el mayor de los cinismos. El que al fin el PRI haya perdido las elecciones presidenciales, en vez de haber iniciado la tan esperada democratización de la vida pública, únicamente ha puesto de manifiesto la fragilidad del sistema de partidos. Hoy la política se agota en las luchas intestinas por el poder en el interior de cada partido, sin uno capaz de asegurar la gobernabilidad. La gran contradicción de nuestras democracias, que en América toma rasgos esperpénticos, es que no pueden funcionar sin partidos, pero tampoco con los que se configuran al margen de la sociedad como superestructuras interesadas tan sólo en conseguir el poder para su beneficio.
Pero no quiero terminar sin dar al lector alguna buena noticia. En la ciudad de México, pese a continuar el caos circulatorio, la polución ha descendido sensiblemente. Los problemas se resuelven cuando se pone el empeño y los medios necesarios. En el Estado de Oaxaca, uno de los más pobres, un gallego de Allariz, Modesto Seara Váquez, en los últimos 15 años ha fundado 5 universidades, hazaña que importa consignar, no sólo por el número, sino por el nuevo modelo que ha puesto en práctica. Se trata de universidades públicas que emplean profesores de tiempo completo, bien pagados, dedicados exclusivamente a la enseñaza y a la investigación -lo recalco, porque en nuestros países se llaman universidades a instituciones en las que la mayoría del profesorado, al tener que vivir de otra actividad, se reduce a dar la horita de clase- especializadas en carreras técnicas que sirvan al desarrollo de la región en la que se instalan.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.