Hermindo Castro, un veterano del chapapote
Compañeros y familiares de sus tripulantes entonaron ayer las más emocionadas y vibrantes despedidas a Hermindo Castro Veira, el patrón y armador del O Bahía, un hombre muy popular en toda la ría de Vigo. "Era un luchador incansable", repetían en el puerto de Cesantes, en el municipio de Redondela, donde tenía su base el buque hundido y vivían siete de los 10 tripulantes. "Un auténtico guerrillero de la vida", como lo definió Julio Alonso, vicepatrón mayor de la cofradía de Vigo. Castro y Alonso vivieron juntos momentos muy duros durante la catástrofe del Prestige, cuando el 0 Bahía se puso en primera línea para evitar que el chapapote inundase la ría de Vigo. Hermindo incluso acompañó a Alonso a Francia para explicar cómo pararon la marea negra con medios artesanales.
Entonces fue la apoteosis mediática de Hermindo Castro, 48 años, casado, dos hijos veinteañeros y una pierna que no articulaba bien por un lejano golpe al que la humedad del mar no le dejó completar la recuperación. Era el prototipo del marinero noble, sin pelos en la lengua y con gran pericia en el oficio.
"Mi vida es el mar"
Durante los días de la marea negra, Hermindo contó en una entrevista con la cadena SER: "Por suerte o por desgracia, mi vida es el mar. Y me siento un privilegiado por poder trabajar en lo que me gusta. Todo lo que voy consiguiendo día a día es como un sueño".
Pero Hermindo ya se había hecho querer antes del Prestige. Empezó a faenar en el buque de su padre a los 14 años. No tardó en comprar barco propio y luego otro mayor. O Bahía era el tercero y el mejor. Y se rodeó de una tripulación fija de confianza que reclutó entre el vecindario, todos hombres experimentados, incluso José Antonio Andreu, de 20 años, el más joven y el único soltero, pero de la misma estirpe marinera. Siete de los fallecidos eran de Redondela, al fondo de la ría de Vigo, que baña también Cangas do Morrazo y Nigrán, donde vivían otros dos tripulantes. El décimo residía en Cambados, donde Hermindo compró el O Bahía hace dos años.
Sus marineros trabajaban con contratos por obra. Cuando no acudían al Cantábrico a la costera de la anchoa, pescaban sardina en aguas gallegas. El mayor de los tripulantes, Leopoldo Couto Álvarez, de 57 años, había sido también una de las últimas incorporaciones, después de dedicarse un tiempo al marisqueo en la ría.
Redondela pasó la madrugada en vilo. Sin dormir, los familiares salieron a las seis de la madrugada en un autobús fletado por el Ayuntamiento dispuestos, a por lo menos, traerse a casa los cadáveres de los suyos para darles sepultura.
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