P. J. Harvey triunfa en la última jornada del Primavera Sound
Con los problemas de movilidad resueltos, el público circulando con normalidad por el recinto y la música convertida en protagonista central de la jornada, el Primavera Sound de Barcelona cerró sus puertas encumbrando a P. J. Harvey como triunfadora y alcanzando las cifras más notorias de todas sus ediciones. Según la organización, el festival ha recibido en torno a 39.000 visitas, lo que confirma su implantación y plantea nuevos retos a sus organizadores a fin de evitar los colapsos que se produjeron en la primera jornada.
La última certificó el triunfo categórico de P. J. Harvey, una mujer sobrada de talento y clase que sedujo a la multitud congregada frente a su escenario. El talento lo demostró con sus canciones y con ese poderío asociado a la solvencia que impone su figura cuando se mueve al interpretarlas. Ataviada de amarillo, un color vinculado a la mala suerte en el mundo del espectáculo, y calzada con llamativos zapatos rosas de tacón fino, Polly Jean Harvey reiteró su categoría mediante un repertorio en el que su último disco no estuvo especialmente representado. Con ese aspecto propio de un cruce entre Twiggy y Chrissie Hynde, la cantante y compositora británica esparció carisma a espuertas, sabiéndose mover entre la crudeza de un rock vigoroso y la clase de una mujer que, como señaló el allí presente restaurador Sergi Arola, "sale a escena con una copa de vino francés y, además, cogida por la base, como debe hacerse". Eso hizo P. J. Harvey al final del concierto, evidenciar que su animalidad escénica tiene un reverso de persona sensible amante de los detalles.
Clave 'stoniana'
Más tarde, y en ese mismo escenario, los Primal Scream pagaron haberse vistos precedidos por P. J. Harvey. Pese a que dejaron pasar bastante tiempo tras la actuación de ésta para que el público les recibiese fresco, la banda de Bobby Gillespie no transmitió tanta animalidad pese a montar un show prototípico en clave stoniana. Carreras, guitarrazos y distorsión. Entretenidos. Este adjetivo no se puede aplicar a los (Smog) -así se hacen llamar, con el paréntesis incluido-, otros triunfadores de la noche. El rock de Bill Callaham, un cantante de voz profunda y conmovedora, tiene un pulso pausado que parece suspender el tiempo entre acorde y acorde, alargando la espera del siguiente acento de batería. Por encima de una escueta trama de bajo, batería y guitarra, Callaham frasea como quien deja caer piedras en un pozo esperando el lejano sonido de su impacto en el agua. Recordando al mejor Lou Reed, los (Smog) pasaron con nota su estancia en un escenario demasiado grande para una propuesta tan íntima como la suya.
También salvó las distancias el francés Dominique A, tan solvente en escenarios diminutos como en macrofestivales. La efectividad de Chucho y Atom Rumba en el apartado nacional del cartel, la desmesura enloquecida de Liars y la sensibilidad de Divine Comedy fueron otras notas destacadas de una noche en cuyo tramo final mandaron los disc jockeys.
Babelia
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