Los tambores de la conquista
Una matanza más de la historia: al final de esta ópera de cámara, todos, aztecas y españoles, conquistadores y conquistados, están muertos, en el suelo -en el agua-, excepto un personaje femenino que lleva un nombre real -la Malinche, o Doña Marina- pero que parece más bien un símbolo de la paz, de la concordia: el de la persona que media entre los dos enemigos. Gonzalo Suárez, escritor y director de cine, ha dado a esta ópera de cámara un buen texto, desgraciadamente no siempre audible por problemas de micrófonos o por la simultaneidad con la orquesta, que muestra un diálogo entre Moctezuma y Hernán Cortés.
Se rememora el final de una civilización o al menos de una cultura. El director Andrés Lima dice en el programa que "la masacre es la misma hace quinientos años que ahora (en la que, por cierto, también hemos sido partícipes): ése es el punto de vista de la obra". Los tres cantantes son estos personajes básicos de la tragedia, el coro es el pueblo asesinado, y dos actores ponen un contrapunto sarcástico y en tono menor de la tragedia: dos bufones.
La noche y la palabra
Texto de Gonzalo Suárez, música de José Manuel López López. Adaptación para la ópera: Andrés Lima y López- Andrés. Intérpretes: David Rubiera, Antoni Comas, Pilar Jurado, Tomás Pozzi, Alfonso Blanco. Coro CO3. Escenografía: José Manuel Broto. Vestuario: Beatriz San Juan. Iluminación: Valentín Álvarez. Dirección musical: Juan Carlos Garbayo. Dirección de escena: Andrés Lima. Sala Juan de la Cruz del Teatro de La Abadía. Madrid, 27 y 28 de mayo.
La música de López López (Madrid, 1956) es de timbres fuertes, de riqueza sonora. La percusión tiene un papel importante; tambores y timbales, a veces campanas y maderas, subrayan la violencia de las situaciones; la armonía se sostiene principalmente en graves.
Orquesta
Hay trozos descriptivos, como los ruidos de selva o los caracteres del Moctezuma que tiende la mano y procura el entendimiento de las dos culturas, y el Hernán Cortés duro y conquistador; los hay de valor técnico. La orquesta está dividida en dos, una a cada lado del escenario; si esta situación permite una estereofonía perfecta para el centro, la audición del espectador y oyente depende mucho de la situación que ocupe en la sala. Hay fragmentos de gran belleza.
La intención de este espectáculo de Ópera de Hoy, que dirige Xavier Güell, es la de la creación de un "teatro total". Un viejo sueño, que cada año que pasa se nutre con nuevos elementos del progreso. El canto del tenor, el barítono y la soprano -los tres, muy eficaces-, a veces trasformado por la informática, se alterna con la interpretación de dos actores, en la cual me pareció un gran hallazgo la del actor Tomas Pozzi, en el papel del inca sarcástico; unas grandes proyecciones de pinturas de Broto, abstractas -aunque, como la música, a veces sean descriptivas de las realidades escénicas-, que además se reflejan en una lámina de agua en la que caminan también los personajes; una niebla nocturna que invade totalmente la sala y una participación informática en todo -voces, sonidos, luces- intentan esa totalidad. Es un experimento más, y el público pareció muy satisfecho con él y quiso premiarlo a todos, sin el entusiasmo fanático que producen el bel canto y la ópera clásica, naturalmente: si el todo afecta a la sensibilidad, no consigue evitar su frialdad.
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