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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Actores atletas

Javier Vallejo

Dice Meyerhold en sus Escritos sobre teatro que, en escena, el elemento dramático por excelencia es la acción, y que las palabras son poco más que un modo de puntuar la tensa lucha entre protagonista y antagonista. El director ruso proponía a sus actores que tomaran como modelo el cuerpo del acróbata y el del malabarista, su inteligencia natural, alabada por Anatole France en Le jongleur de Nôtre Dame. Los actores que han sido cocineros antes que frailes, como Burt Lancaster, que se forjó en el circo, tienen esa inteligencia corporal cultivada. También los que fueron deportistas, como Jacques Lecoq, maestro de tantos, y Jacques Tati, quien de muy jovencito cautivó a los intelectuales franceses con pantomimas desopilantes de partidos de rugby y de tenis. Lo que no imaginó Meyerhold es que, ochenta años después de que formulase su idea sobre el lugar central que debe ocupar el combate en el trabajo interpretativo, alguien iba a llevarla a escena de un modo absolutamente literal. Patricia Gomendio (1976), donostiarra que estudió en La Abadía y trabajó en el Ubú rey de Àlex Rigola, decidió hace año y medio embarcar a sus compañeros de Útero Teatro en un montaje que pusiera al hombre frente a sí mismo de un modo cierto y violento. Pensó que una función teatral podía hacer suyo el ritual de una velada de boxeo, y adoptar el lenguaje pugilístico no como metáfora, sino en su literalidad. Ella, Raquel Cabestrero, y Aitor Beltrán se hicieron socios de la Federación Madrileña de Boxeo, y empezaron a entrenar en los bajos del estadio del Rayo Vallecano con Manuel del Tío, preparador de Pedro Carrasco, Urtain y Poli Díaz. Al cabo de unas semanas se habían mimetizado con su entorno, y cuando, doce meses después, concluyeron su preparación, bien hubieran podido bromear diciéndose: "Estoy hecho un mulo", como aquel boxeador sonado que interpretaba Toni Leblanc a diario en la televisión única.

En paralelo con los entrena-

mientos, la actriz directora se puso a trenzar textos propios con otros tomados de aquí y de allá, y a pedir a los actores que los incorporasen durante la pelea: que lanzaran un gancho y dijeran un verso de Salinas; un crochet, y una frase de Heiner Müller. El resultado de este trabajo, tan de largo recorrido para lo que es habitual en el teatro español, es El crimen nuestro de cada día, montaje que se estrenó el pasado mes de diciembre en el Teatro Independiente Sur, de Madrid, y que ahora se repone en la sala Triángulo. El crimen

... no es una obra sobre boxeo, al estilo de Esta noche gran velada, donde Fermín Cabal retrata las miserias del negocio del cuadrilátero, o de Más dura será la caída, la novela de Budd Schulberg llevada al cine por Mark Robson. Es un experimento de teatro físico, laboriosamente medido y pautado, un intento de transposición de un ritual. Dice la directora (en un trabajo de investigación que en abril mereció el segundo Premio 5ª Exporecerca Jove, del Instituto de Investigaciones Científicas y Tecnológicas-Inice Cataluña) que las palabras pueden golpear, y los versos, acorralar al contrincante; que el boxeador es un actor que mata, y el actor puede ser un boxeador que hable. Una idea tan sugerente como difícil de materializar. Lo consigue en dos de los combates a tres asaltos que se desarrollan a lo largo de la velada, y se queda muy lejos el resto del tiempo, aunque es difícil juzgar el espectáculo tal y como se ofrece en la Triángulo: está pensado para que el público se siente alrededor del cuadrilátero, y en esta sala no es posible.

Lo que vale la pena en El crimen nuestro de cada día es la manera en que sus intérpretes colocan golpes y frases, cómo la intensidad de la acción, que es real y que está ocurriendo ahí y ahora, tira de ellos hacia delante. Lo demás es un intento que, probablemente estará más cerca de lograrse cuando actúen en un espacio más adecuado. Una paradoja: como intérpretes, las chicas ganan de calle a los chicos, que tienden a decir con solemnidad un texto de por sí solemne (a veces, las cosas más duras se dicen mejor con humor). Ellas poseen un registro dramático más hondo y se hacen oír de otra manera.

El crimen nuestro de cada día. Madrid. Sala Triángulo. 29 y 30 de mayo.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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