Pintando el mal
"Allí donde todo está mal, tiene que ser bueno conocer lo peor", escribió un sabio. Pero ¿qué sucede cuando lo peor es lo que nos hemos habituado a reconocer a diario a través de los medios de comunicación? En ese caso, lo peor podría llegar a ser el hábito mismo, esa costumbre de desayunarse con imágenes de violencia y de muerte, con estragos sin cuento, con miserias próximas o lejanas.
Chema López (Albacete, 1969) ha señalado alguna vez que su propósito es el de "retratar" el mal. No el mal metafísico, ni siquiera sus consecuencias concretas y evidentes para todos, sino el mal transfigurado en atmósfera, en siniestro compañero de nuestra existencia cotidiana, en amenaza invisible o estado de excepción permanente.
CHEMA LÓPEZ
'La caída'
Galería i Leonarte
Aparisi y Guijarro, 8 Valencia
Hasta el 10 de junio
Lo ha hecho, además, en forma de pintura. Esto le ha llevado a la búsqueda de una especie de intentio oblicua. Por un lado, su opción ha sido la de pintar no sólo en blanco y negro, sino más meticulosamente, en blanco sobre una imprimación en negro que incide, además, en su confrontación con la fotografía.
Por otro lado, en lo que se inspira es en aspectos colaterales de los testimonios de la violencia (por ejemplo, no la figura consabida de la víctima, sino los torvos rostros de los participantes en un linchamiento), en la reinterpretación pictórica de motivos extraídos de ciertas películas o piezas literarias moralmente duras (Sed de mal, El ruido y la furia) en donde el mal es tematizado, o en la metaforización de los aspectos menos confortables de la naturaleza.
Lo que encontramos en esta última exposición es un brillante y consistente desarrollo de esas posiciones. Se trata de retratos de rostros ambiguos, a veces duplicados, y de oscuros paisajes, nada bucólicos, de bosques traicioneros con pájaros tan amenazados como amenazantes, en un ambiente opresivo sujeto a inopinadas apariciones.
Tal vez una de las pintu-
ras más representativas de sus intenciones sea La matanza de los inocentes, con esa anciana enfáticamente arrugada, que nos mira ya sin esperanza, mostrando en su mano la diapositiva de un supuesto familiar desaparecido: la imagen de la diapositiva es tan anónima y universal que el desaparecido en cuestión se ha tornado en un cuadrado negro sobre blanco, como el célebre icono de Malévich.
Parece que pintar directamente el mal es imposible. Su evidencia es clamorosa y ostensible. Hoy el mal se encuentra más o menos por todas partes, hasta el punto de que representar sus resultados se ha convertido en una tarea demasiado fácil, tanto como identificar sus causas. Pintarlo propiamente, como Chema López se ha propuesto, requiere un esfuerzo suplementario, pero en absoluto inútil.
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