Un toro antológico
El nombre de Chiflado, un toro de 506 kilos, de pelo negro burraco, perteneciente a la ganadería de Torrestrella, quedará grabado con letras de oro en la historia de la plaza de Madrid. Un toro antológico, de época, una auténtica maravilla de las que aparecen en un ruedo una vez cada muchos años. Se le premió con la vuelta al ruedo entre el delirio de los tendidos, y, de haber sido mejor colocado en varas, quién sabe si hubiera podido ser indultado.
Era un toro de correctas hechuras, nada exagerado de pitones, bonito de lámina y serio. Embistió con fiereza y poderío al capote en repetidas embestidas. Empujó con fijeza en el primer encuentro con el caballo y acudió, vibrante, a un quite. Volvió al picador al relance de un capotazo y blandeó ostensiblemente. Éste fue su único defecto.
Esperó desafiante a los banderilleros y los persiguió con alegre galope. Y llegó la muleta. El torero lo citó desde la otra punta del ruedo y el toro corrió como un tren a comerse el engaño. Y vuelta otra vez, desde más lejos, y su galope, cada vez más codicioso si cabe. Era una estampa del pasado. Un recreo para los sentidos, una emoción indescriptible al ver y sentir la bravura, la casta y la noble fiereza. Sus embestidas iban a más, crecientes después de cada tanda, incansable el animal por ambos lados. Y así, hasta siete tandas en un derroche absoluto de poderío. Es verdad que el torero lo lució con generosidad, y se pudo comprobar cómo al citarlo acudía al primer toque. Su motor era de tal cilindrada que desbordó al torero en todos los terrenos, no le permitió colocarse nunca ni lo dejó respirar. Incluso lo volteó de mala manera cuando el torero se desplantó ante él como si le hubiera dominado. Pero el dominador era el toro, poderoso, extraordinario, antológico, que impuso su ley y se ganó un lugar de honor entre los toros bravos de verdad. Le dieron una lenta y apoteósica vuelta al ruedo que se ganó con su hermosísima pelea, con el maravilloso espectáculo de la bravura. Honor y gloria a Chiflado.
El resto de la corrida careció de historia, pero no de interés. Los demás toros, en líneas generales, también fueron encastados y bravos, pero ninguno dócil. Ni Uceda ni El Juli se comportaron como toreros hechos y derechos. Más bien, lucieron como pegapases, muy vulgares y a merced de sus oponentes. El primero de Uceda tenía raza y, a veces, su embestida era algo descompuesta. El torero estuvo siempre a la defensiva. Al quinto, inválido, lo mató de un estoconazo en todo lo alto. El Juli, por su parte, lo intentó, pero no pudo. Se lució por verónicas en sus dos toros, pero naufragó en ambos con la muleta. Lo desbordó su encastado primero, al que toreó sin ligazón ni estilo, y volvió a las andadas en el sexto, con un trasteo muy desigual y ayuno de interés.
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