Vértigo irresponsable
Domingo 16 de Mayo. Compro la voluminosa prensa del día. Por fin hace un día de primavera. Me ubico en la barra del café colindante con el kiosko, y pido lo de costumbre. Aparto los magazines, la novela negra de regalo, los suplementos salmón y los encartes de publicidad. La ceremonia dura algo más de un minuto y al fin consigo mi propósito: tener ante mis ojos la prensa del día limpia de polvo y paja. Me ojeo primero los titulares de EL PAÍS y elijo mentalmente el material a recortar el lunes antes de depositar el periódico en el montón de desecho. Abro luego el Levante-El Mercantil Valenciano con la intención de repetir el rito (lectura de titulares y selección del material inventariable) pero cuando llego a la página 32 leo un titular con tipografía de considerable tamaño (negrita incluida) que reza: Un Negocio de Vértigo. Me detengo en el subtítulo y la cosa empieza a ponerse bien: El entorno de Tierra Mítica se convierte en el mayor filón inmobiliario de la provincia mientras que el parque que lo propició atraviesa la peor crisis desde su apertura. El destacado es bastante contundente ("se han construido 7.700 viviendas, un centro comercial, un campo de golf y hoteles") pero, aun así, me leo la letra pequeña para enterarme del who, how, where y when.
Acabo de ojear el periódico, subo a casa y mientras fumo un cigarro en el balcón mirando la franja de mar azul que, de momento, diviso, me viene a la cabeza la noticia y murmuro: "Beneficios privados, costes sociales. Siempre igual". En este país de pandereta, listillos, advenedizos y buitres, Quevedo hubiera disfrutado de lo lindo. La sociedad de calidad residencial que vende el experto Blasco es como el crecepelos de las películas del Oeste. Lo que estamos haciendo es "explotar" -en todas las acepciones del vocablo- un territorio/mercancía exprimiéndole el jugo como la terrorífica máquina que convertía a las pobres naranjas en "Fruitopía" en aquel anuncio de televisión ya pasado de moda.
Y no hay forma humana ni divina de hacer comprender a los actores del desaguisado dos principios elementales: la irreversibilidad de "la piedra" (las meteduras de pata duran, en el mejor de los casos, varias generaciones) y, en segundo lugar, el desprecio sistemático de los costes sociales. Y dijo Yavhé: creced y multiplicaros. Supongo que todavía no conocía bien la condición humana. No podía imaginar que llenaríamos el solar patrio de edificaciones (mayormente en régimen disperso, de baja densidad y automoción privada asociada) sin echar ni un puñetero número sobre cuestiones tan prosaicas como los costes sociales asociados: abastecimiento y depuración de aguas, eliminación o reciclaje de residuos y, of course, deterioro (¿reversible o irreversible?) de espacios naturales.
¿Quién se comió mi queso? ¿Quién paga los costes ex-post cuando el dinero puede mitigar los desaguisados? Pues el querido contribuyente claro está. Pero como hacienda no somos todos -ni de lejos- los paganos mayores del reino, son/somos los asalariados, que para algo nos retienen "a cuenta" parte de nuestro salario. Con frecuencia somos tan generosos que en lugar de pagar el pato ex-post lo pagamos ex-ante y ex-post. Parece cosa de magia pero es la mar de sencillo. Con nuestros impuestos se pagan Tierras Míticas, Copas de América, complejos calatravianos, parques o infraestructuras viarias al calorcillo de las cuales se hacen pingües negocios inmobiliarios cuyos costes sociales no tenidos en cuenta volvemos a pagar en una segunda fase.
Dicen que dice la Constitución que somos un estado social de derecho. Sociales eran los infiltrados de la poli en las Facultades cuando yo estudiaba, pero no los comportamientos de voraces promotores y atribulados empresarios ni de la pléyade de oportunistas que se sacan algún que otro milloncejo (a veces bastantes ) dando poco más que la señal y revendiendo. Están muy atribulados los empresarios de los sectores industriales "tradicionales". La culpa, como siempre, la fortaleza del euro y la feroz competencia de chinos y otras razas de singular pelaje. Queda feo reconocer que estos atribulados empresarios han utilizado sofisticados "operativos" de evasión: el señor del banco X con la maleta que lleva los billetes a la frontera con Portugal, de ahí de paseo tres meses por sucesivas cuentas en USA y, al final, el dinerito en una cuenta numerada en Suiza. Y tampoco es políticamente correcto decir cuántos millones de los beneficios empresariales se han invertido en el prometedor sector inmobiliario en lugar de jugar a ser empresarios schumpeterianos que se creen eso de la innovación.
Y en el sector inmobiliario, los impuestos se trasladan al comprador y el sector público recoge las migajas a través del lento e imperfecto sistema del aumento de recaudación de los Bienes Inmuebles y de algún que otro pardillo que no ha sabido evadir el impuesto de plusvalía. O sea, que de cada 100 millones de euros de beneficios del sector inmobiliario, la sociedad cuyo progreso es la causante del negocio recupera... ¿5? ¿10? Y lo que recupera se lo gasta con creces tapando las vías de agua que, en forma de costes sociales o externalidades no pecuniarias, genera el dichoso boom inmobiliario.
Pero claro, si hay demanda de inversión no vamos a hacer un feo y empezar con ecotasas y monsergas por el estilo Además, por muy alarmistas que sean los agoreros de la OCDE, una sobrevaloración de activos inmobiliarios del 20% o 25 % no es una burbuja, anima el sector y da empleo, qué caray. Yo soy liberal hasta la médula, pero no de esos de los que hablaba el pobre Adam Smith sino de los que hay que ser: cuando las cosas se ponen feas, siempre está el papá Estado. Y si se le ocurre ponerse pesado, igual me deslocalizo. A ver si se creen que somos hermanitas de la caridad.
No sé a Vds. pero a un servidor reflexiones de esta guisa le producen un efecto estético desagradable. Me miro en el espejo y me veo cara de gilipollas. El país entontecido con la "boda de todos" y la "boda que levanta suspiros" y yo hablando de costes sociales y de su regresiva cobertura financiera. Me encanta que sus señorías nos quieran mejorar el Estatuto. Les agradezco sus esfuerzos para hacerme sentir miembro de un nacionalidad histórica (¡¡Aquello sí que eran reyes, nobles y plebeyos!!) pero, si no les importa, podrían mejorar mi salud mental explicándome mis errores y, caso de considerarlo necesario, pagándome la consulta del psiquiatra. Les agradecería una cierta agilidad temporal porque no sé yo si de mi cita previa con Hacienda pueden derivarse situaciones embarazosas. No es por no pagar. Es, de nuevo, por una cuestión eminentemente estética y de equilibrio emocional. Por si acaso, me he comprado El Elogio de la Locura de Erasmo. Quizá me reconforte su lectura.
Josep Sorribes es profesor de Economía Regional y Urbana de la Universidad de Valencia.
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