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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Promesas árabes

La Liga Árabe necesita por encima de todo credibilidad. Si a lo largo de sus casi sesenta años de vida hubiese puesto en práctica sólo una mínima parte de lo anunciado solemnemente tras sus reuniones, el mundo árabe sería hoy muy diferente. En cualquier caso, no compondría un universo opaco y autoritario en el que sus dirigentes hacen y deshacen a su antojo.

A la cita clausurada ayer en Túnez, repetición de la cancelada en el último minuto hace dos meses, han faltado casi la mitad de los convocados; y uno de ellos, Gaddafi, dio la espantada a poco de llegar. Pese a ello y al hecho de que sus conclusiones deban calibrarse en el decepcionante contexto histórico aludido, hay que considerar alentador que los mandatarios de una región que incluye algunas de las más recalcitrantes dictaduras mundiales hayan sido capaces de prometer reformas políticas y sociales que promuevan la democracia, tengan en cuenta a las mujeres y contribuyan a impulsar una sociedad civil. El compromiso, sin embargo, no tiene fecha concreta de aplicación y, según el comunicado final, se irá acoplando a las condiciones y posibilidades de cada país. Es tan tenue que los líderes presentes en Túnez han optado por no poner su firma al pie del documento, alegando que el proceso debe seguir antes su curso a través de las respectivas instituciones nacionales.

La cumbre ha sido menos retórica respecto de sus dos escenarios más trágicos: la explosiva situación iraquí y la imparable escalada de sangre entre palestinos e israelíes. Sobre Irak, la Liga condena sin paliativos los excesos bélicos estadounidenses y las torturas de presos iraquíes y reclama la implicación decisiva de Naciones Unidas en el final de la ocupación y la transferencia de poderes. Para el conflicto palestino-israelí se pide el cumplimiento de todas las resoluciones de la ONU. Y por primera vez los dirigentes árabes rechazan colectivamente el terrorismo contra civiles israelíes por parte de los fundamentalistas palestinos.

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La cita de Túnez es el telón de fondo de la reunión el mes próximo del G-8, donde se debatirá la pomposa propuesta de Bush -Gran Iniciativa para Oriente Próximo- para democratizar y reformar económicamente una de las regiones más convulsas del mundo. El moderado documento final acordado ayer pretende ser la carta de presentación árabe ante este cónclave de los ricos, en la que presumiblemente tendrán una representación. El drama de la Liga Árabe es que sus declaraciones son vistas a estas alturas con supremo escepticismo; algo a lo que no es ajeno el hecho de que, en su dilatada historia, rara vez haya sido capaz de afrontar con coherencia alguno de los enormes desafíos que convergen en su ámbito de actuación.

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