Estampas
Cae la tarde. Un hombre desafía con su violín el zumbido persistente del tráfico. Se detiene una pareja ante él, deja caer varias monedas y la melodía acompaña con timidez los pasos que se pierden por la acera. Al poco, las masas eufóricas barren cualquier vestigio de delicadeza. Se apodera de las calles un cafarnaum de banderas y gritos, de coches que rugen y gentes que gesticulan, disfrazadas para un carnaval de imaginación reincidente. Flaquea en el espectador la simpatía primaria y voluntariosa hacia el conjunto de casa cuando, horas después, todavía fatigan la madrugada algunos alucinados por la pulsión del cláxon. En su delirio, nadie tiene derecho a dormir si el equipo de la ciudad gana la Liga, o la copa, y no digamos si, como es el caso, ha logrado conquistar los dos trofeos en muy pocos días. Mientras el alba demora su llegada, la mente del insomne centrifuga un revoltijo de imágenes recientes. En una de ellas, disfrazado de payaso, un mimo invita a los transeúntes a leer su irónico reclamo en un cartón: "Necesito un ferrari, dame una ayuda". Se pregunta el sonámbulo, en el intento vano de evadirse del enjambre de bocinas que rasgan con brutalidad el silencio de la madrugada, si el hombre que cada noche, embutido en su saco de dormir, se acuesta en el cubículo del cajero automático sigue allí o ha salido ya despavorido. No puede evitar el ciudadano sentirse un poco raro. Días después, en el supermercado, sorprenderá a las cajeras cruzadas de brazos. "Es la boda real", le dirán con una sonrisa un tanto compasiva. Por la calle se esparcirá a esa hora la música de Händel mientras los televisores destellan de pamelas, faldas de alta costura, uniformes, chaqués y condecoraciones. Una docena de jóvenes, entre la curiosidad condescendiente de los viandantes, parodiará el cortejo nupcial por las calles del barrio al grito de "¡vivan los novios!". Todavía colgará de un balcón, sucia y manoseada en tantas batallas y tantos graderíos, una enseña del equipo local. No muy lejos, alguien habrá sacado a su ventana una impoluta bandera republicana. Y esa casi será la estampa más anacrónica de este mayo de jornadas lluviosas que se alargan.
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