Reunión de familia
36 casas reales de todo el mundo se reunieron para celebrar el enlace de uno de los suyos en Madrid. Por un día, todos fueron iguales: los reyes con trono y los reyes sin trono
Para ellos fue, simplemente, una reunión de familia. Los primos reales de todo el mundo se juntaron para casar a uno de los suyos: Felipe de Borbón. Fue quizá la mayor concentración de testas coronadas de la historia, si se tiene en cuenta que asistieron las diez Casas Reales que reinan en Europa (Reino Unido, Dinamarca, Países Bajos, Bélgica, Luxemburgo, Suecia, Noruega, Liechtenstein, Mónaco y España), una amplia representación de monarquías de Asia y Oriente Medio y todos los reyes sin trono del planeta: desde Rusia, Rumania y Bulgaria, hasta Portugal, Italia y Grecia. Como guinda, cuatro emperadores sin imperio: Alemania, Irán, Austria y Brasil.
Modales exquisitos, esqueletos firmes, condecoraciones desempolvadas. Por un día, algunos volvieron a ser soberanos de reinos que ya no existen. Ayer estaban entre iguales. Todos eran príncipes. Incluso en la foto de familia, que mezcló ante las cámaras a jefes de Estado con antiguos soberanos centroeuropeos que hoy se ganan la vida al servicio de multinacionales estadounidenses. Durante unas horas, los alabarderos de la Guardia Real se cuadraron con sonoros taconazos a su paso. Estaban en Madrid tras casi un siglo de ausencia. Algo así debía de pensar Marina Torlonia, prima hermana del Rey, absorta en un balcón. En ese palacio vivió y creció su madre, la infanta Beatriz, hasta abril de 1931. Entonces llegó la República
Entre los pura sangre sólo faltó el único que se ha reciclado con éxito desde el triste ostracismo de un monarca en el exilio hasta el puesto de primer ministro elegido por sufragio universal: Simeón Sajonia Coburgo, hasta hace un par de años Simeón II. En desagravio, el premier búlgaro envió a sus seis hijos al enlace. El más joven de los chicos, Konstantin, empleado de banca, se sentó entre los testigos.
Otras ausencias destacadas, el rey Mohamed VI de Marruecos, que envió a su hermano, el príncipe Mulay Rachid; y los dos decanos de la monarquías europeas: Rainiero de Mónaco (debido a su delicado estado de salud) e Isabel II (que nunca va a bodas). En representación asistieron Alberto de Mónaco y Carlos de Windsor. El futuro propietario del trono británico prescindió de su uniforme de vicealmirante de la Navy y apostó por un mornig dress gris perla. Al final de la ceremonia, fue el único invitado que rechazó el autobús y, paraguas en mano, con el pulgar sumergido en el bolsillo del chaleco, caminó bajo la lluvia los 275 metros que separaban la catedral del palacio. El rumor entre sus primos es que este verano pasará por la vicaría con Camilla.
El glamour de los miembros de las 38 dinastías presentes en el enlace hizo olvidar al público madrileño la escasa asistencia de mandatarios extranjeros. A la entrada de la catedral fueron los más vitoreados. No hay que olvidar que sus rostros son habituales en la crónica social. Rania de Jordania, Rosario de Bulgaria (de Valentino) o Carolina de Mónaco (de Chanel) marcan en estos momentos el ritmo de la moda en competencia con las estrellas de Hollywood. Y ellos, los Reyes, son físicamente inconfundibles: frente al sobrio chaqué de la mayoría de los invitados de a pie, Carlos Gustavo de Suecia, Enrique de Luxemburgo, Harald de Noruega y Alberto de Bélgica optaron por vistosos uniformes. Los dos últimos lucían sobre el pecho el Toisón de Oro, la máxima distinción honorífica que otorga el Rey Juan Carlos.
Frente a esta generación de soberanos maduros, la boda supuso también la puesta de largo de la nueva ola de princesas sin una pizca de sangre azul que reinarán en Europa a mediados de este siglo. Las letizias europeas. Desde Máxima Zorreguieta, una ex ejecutiva argentina hoy princesa de Holanda, a Mette-Marit, antigua modelo convertida en princesa de Noruega, o la angelical Matilde de Bélgica, que un día será reina de los belgas. Se portaron como profesionales. Sonrisas estudiadas y el relax del que se encuentra en familia.
Todos estaban felices. Incluso el taciturno rey de Rumania. Por un día, olvidaron sus pleitos dinásticos, como el que enfrenta a tres ramas de antiguos monarcas franceses en busca de un solo trono: Luis Alfonso de Borbón, Alix de Bonaparte y los Orleans compartieron hojaldre y capón. Lo mismo que el hijo del pretendiente carlista al trono español, Jaime de Borbón Parma, que pareció firmar la paz con los Borbones españoles tras dos siglos de guerras. Fue un día feliz para los primos reales.
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