_
_
_
_
Reportaje:

La inquebrantable devoción de cuidar a los gatos del Canal

Un grupo de mujeres se acerca todos los días a dar de comer a los mininos que viven junto a los depósitos de agua

"Chicos, chicos", ésa es la palabra clave de Juanita Navazo para que los casi 40 gatos que viven en el recinto central del Canal de Isabel II acudan hasta la valla en busca de comida. "Es una pena", dice esta mujer, mientras lanza puñados de comida con la mano,por encima de las verjas. ¿Por qué de esa forma? Porque las vallas del Canal, en el número 125 de la calle de Santa Engracia, están recubiertas de unas planchas de metal. Desde hace tres meses ya no queda un resquicio por el que Juanita, y otras cuatro mujeres que acuden a diario a velar por la seguridad de sus mascotas, puedan disfrutar de ellos. "Cada uno tiene su nombre", afirma Merche, una jubilada, que invierte buena parte de su pensión en alimentos para gatos.

Hace 23 años que Juanita acude, haga calor, llueva o nieve, a dar de comer a los felinos. Una promesa la obliga. "Siempre han estado aquí. Hace años llegaban a ser 200", recuerda. Pero la situación ha ido complicándose con el paso del tiempo. "Cuando Carlos Mayor Oreja era presidente del Canal, los gatos estaban cuidados y esterilizados, incluso dormían en sus casetas. Pero luego los demás, sobre todo Arturo Canalda, han hecho todo lo posible para cargárselos", denuncia.

Laura Perales, presidenta de la Asociación Gata, tampoco comprende la actitud de la institución: "Hemos solicitado por escrito en varias ocasiones una entrevista con el gerente para hablar del tema, pero ni siquiera ha contestado. Mientras, los laceros de la Comunidad están poniendo trampas, capturándolos y luego sacrificándolos", asevera.

Pero las cuidadoras van más allá para evitar los "malos tratos". Se suben a la verja, y con una especie de polea consiguen cerrar las jaulas-trampa. "Pobrecitos, se pasan todo el día sin comer. Se mueren de hambre", explica una compungida Merche.

"A mí me da igual que me manden a la policía, que ya me ha amenazado muchas veces con ponerme una multa de 500 euros; o que me digan hasta guarra", alardea Paquita, que ya no ve dónde se guarecen los gatos y, ni tan siguiera, el número de esos animales que quedan en el Canal. "Yo voy a seguir viniendo aquí mientras viva", se ratifica.

Juanita se dirige al Canal con un carrito de la compra cargado con cuatro bolsas de alimentos, que ella misma cocina. Pasta, arroz, pollo, casquería, además de latas de comida especial "por si falta para todos". "Por la mañana les guiso la comida; luego estoy más de una hora repartiéndosela, y por la tarde voy a recoger lo que me dan en un restaurante y una panadería", explica.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Su recorrido comienza en la calle de Santa Engracia. Allí lanza comida, como si estuviese practicando jabalina. "Chicos, venid", grita, al tiempo que los viandantes la miran escépticos, y se escuchan maullidos. La siguiente parada es en José Abascal, donde los "chiquitines", esta vez sí, comen por debajo de una rendija.

"Aquí vivía la Rufinita y su hijo, el Rufinito", detalla Juanita. "Han tenido que cambiar al delegado del Gobierno para que nos vuelvan a permitir concentrarnos", explica Laura, de la Asociación Gata: "Ansuátegui [anterior delegado del Gobierno] prohibió las caceroladas a instancias de su amigo Canalda, que se ponía de los nervios cada vez que nos veía allí". Tanto Juanita como Laura no fallan cada miércoles a la puerta del Canal. De sus reivindicaciones depende que otro gato pueda seguir viviendo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_