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Columna
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Los antiboda

Han circulado por ahí unas pegatinas con el lema "no a la boda". Ignoro quiénes encargaron su confección, pero estoy seguro de que su protesta no va dirigida contra la consecución del enlace real y mucho menos contra los novios, sino contra el atracón inmisericorde que nos han dado la mayoría de los medios de comunicación. Lo poco agrada y lo mucho enfada y llevamos demasiados días sometidos a los excesos de quienes no ven el límite a ese filón informativo. Puedo imaginar a los propios contrayentes y a sus respectivas familias como los primeros sufridores de tantos y tan empalagosos repasos a sus vidas y milagros cuando ellos se han esforzado desde el principio en darle a la relación un cierto aire de naturalidad. Un pequeño, un leve gesto de cariño captado por las cámaras de televisión cuando los novios presenciaban una corrida de toros en Las Ventas ha sido repetido hasta la absoluta saciedad por esos programas coñazo que cotorrean sobre la nada.

No quiero imaginar lo que hubiera ocurrido de haber grabado un beso a tornillo de esos que las parejas normales se dan en cualquier lugar y que don Felipe y doña Leticia han de restringir a los espacios más reservados. En Madrid, además, hay mucha gente cabreada con lo de la boda por otros inconvenientes. Algunos piensan que el enlace del príncipe Felipe con Letizia Ortiz está ocasionando a la capital unas molestias y unos gastos inaceptables. Que la boda va a salir por una pasta es evidente, como lo es el que una parte importante del dinero saldrá directamente del castigado bolsillo de los madrileños. No hay más que ver la cara que se le pone al concejal de Hacienda cuando se le habla del engalanamiento de la ciudad para intuir que sufre agujetas en la muñeca de firmar tantas y tan onerosas facturas.

Creo, en cambio, no traicionar mis convicciones republicanas si afirmo que ese esfuerzo económico está justificado. Contemplar el acontecimiento como una contribución pelotillera a los fastos de la Casa Real, es una visión miope y paleta de lo que constituye una oportunidad única de mostrar Madrid al mundo con sus mejores galas. Se calcula que más de mil cien millones de personas van a contemplar las imágenes que hoy al mediodía recogerán las cámaras de televisión en los cinco kilómetros y medio que recorrerá por el centro de la capital la pareja principesca.

No hace falta ser un experto en mercadotecnia para comprender el valor inconmensurable que en términos publicitarios comporta el evento para Madrid. Tardaríamos años y gastaríamos cientos de millones de euros para lograr la extensión y el impacto que esas imágenes van a alcanzar en todos los rincones del planeta, imágenes que serán repetidas durante años cuando haya cualquier referencia a la Casa Real española. Han venido además periodistas de todo el mundo, a los que la Dirección General de Turismo ha tratado de mimar en el interés de que guarden el mejor recuerdo de Madrid y así lo proclamen.

Otra cosa distinta es que el gobierno municipal haya acertado o no con su plan de ornamentación y engalanamiento de la ciudad que encargó al decorador Pascua Ortega. Desde luego, Ortega se lo va a llevar crudo aunque habrá que admitir que el encargo no era fácil, porque le indicaron que el criterio para adornar Madrid había de ser el de la austeridad en el marco de una alegría serena y contenida, de ahí supongo los estandartes descoloridos. Cuando veamos el escenario con actores y acción apreciaremos con conocimiento de causa si el toque kitsch que le han dado resulta estiloso u hortera. En cuanto al calvario de incomodidades que el evento está ocasionando hay que reconocer que son difícilmente evitables. Podrían haber afinado un poco con las medidas de seguridad e incluso trazar un recorrido menos ambicioso y más fácil de controlar, pero nuestra capital de ninguna forma debe aparecer ante el mundo como una ciudad cautiva ni acogotada.

Es imprescindible superar el síndrome del 11-M, especialmente ahora que se afianzan nuestras expectativas olímpicas. Demos por bien empleadas las penalidades sufridas y miremos con la perspectiva que requiere un acontecimiento de repercusiones superlativas. Los cortes de tráfico, la presión policial, y hasta las expresiones antiboda son material perecedero. Lo que hoy ocurrirá a mediodía en el centro de Madrid es la historia.

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