El arte de la memoria
"Este poema / germinó en un lugar / algo apartado de la luz": son versos de Donde nunca hubo ángeles que podrían aplicarse a todo el libro. Su autor, Manuel Rico (Madrid, 1952), construye una poesía que nunca se ha prendado de su propio ombligo. Al contrario, recorre con el mismo impulso la historia personal y la colectiva, para señalar en el alma individual el rastro de los valores de época. De ahí la importancia del elemento formativo del libro, a cuyo través el sujeto ha ido convirtiéndose en ese que es, y el pasado se ha modulado hasta constituirse en presente: lecturas, aconteceres históricos (muerte de Franco, 23-F), estaciones de la amistad y del amor. Esta realidad in fieri le ha exigido una mirada retrospectiva que no se emborracha con el vino dulce de la elegía ni se deja sojuzgar por la omnipresencia del yo.
DONDE NUNCA HUBO ÁNGELES
Manuel Rico
Visor. Madrid, 2003
108 páginas. 6 euros
Frente a quienes adoptan el olvido como bálsamo contra el dolor, este volumen encierra un arte de la memoria que nos conduce más allá de los embelecos y trampantojos de la apariencia. Pues para Rico la poesía no sólo es caer en la cuenta; consiste también en dar cuenta, involucrar al lector en una cruzada contra la pacatería de lo establecido, el regodeo esteticista, la delectación en el yo, el escepticismo que nos protege de los fracasos a costa de renunciar al sueño de "una brizna de sol con que encender el mundo". Uno de los poemas más hermosos del libro se erige en recordatorio pugnaz y resistente de la degradación cuando recrea el hedor de los crematorios nazis, el espanto del bosque de los muertos en el campo de concentración de Buchenwald, y las respectivas pasiones de Benjamin, Klepper, Wiechert o Heinrich Mann, mientras, ajenos a cuanto no fuera su obra bien hecha, "los magos del lenguaje, teñidos de una luz / de habitación tapiada, / pulían la sintaxis".
Podría pensarse que, en este fresco, lo coral crece a costa de lo personal. No es así: algunos de los poemas que mejor reflejan la médula de una generación y las humillaciones de la historia son, también, los más íntimos. Sirva de ejemplo Destellos de infancia después de la visita, relato de un retorno a la niñez con sus aderezos espaciales, temporales y míticos, cuya pulpa recuerda a las grandes construcciones sobre el tema de Carlos Sahagún. Por lo demás, los poemas tienen una urdimbre eminentemente narrativa, y su fraseo es poderoso y, quizá por ello, desdeñoso de pasamanerías y pompones formales. Pero nadie confunda energía con desaliño expresivo: sus imágenes encadenadas y su áspera belleza no sólo tejen un discurso moral; también sostienen una voz cuya tensión lírica a pocos dejará impasibles.
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