La cultura y el efecto retrovisor
Quisiera agradecer, en primer lugar, la calificación de conspicuo portavoz convergente que me atribuía el señor Jordi Font en un reciente artículo suyo (Pim-pam-pum contra la consejera de Culturaver, EL PAÍS del 18 de mayo). Dice el diccionario que una persona conspicua es aquella que atrae la atención por su excelencia. No seré yo quien desmienta la afirmación del señor Font aunque, sinceramente, considere su elogio exagerado.
Los convergentes sabemos que cualquier crítica que se haga a la acción (o la inacción) del Gobierno socialista de la Generalitat deberá pasar, durante algún tiempo, por un tamiz tan inevitable como inconsistente: el de la comparación con la acción del Gobierno anterior. Esta posición resistencialista y a la defensiva del Gobierno tripartito es legítima y hasta cierto punto lógica, pero sin duda también es paralizante. Mientras nuestros gobernantes tengan puesto más el ojo en el retrovisor que en el camino que se debe recorrer, su acción gubernamental carecerá de ambición y, lo que es peor, la cultura catalana no conseguirá salir de este terreno pantanoso lleno de minas al que la han conducido la consejera Mieras y el presidente Maragall.
Tenemos un Gobierno que busca en el pasado la justificación de sus déficit presentes y de su falta de ambición
No hay más que hablar con los distintos sectores implicados, leer la prensa o, sencillamente, observar las deserciones que se van produciendo en el equipo del Departamento de Cultura, para constatar que esta mezcla de madre Coraje y premio Nobel de medicina que según el señor Jordi Font es la consejera, como mínimo, no ha tenido suerte en sus primeros meses de mandato. Desmentir la realidad es siempre una tarea difícil, y la realidad nos dice que nunca como ahora gente tan distinta -y también tan alejada del mundo convergente- ha coincidido en calificar el desenlace de la crisis del Institut Ramon Llull -Raimundo Lulio, que diría Rodríguez Zapatero- como un paso atrás. Las dudas y contradicciones con el KRTU, la Feria de Guadalajara y, sobre todo, la nula existencia de proyectos consistentes en cada uno de los ámbitos que conforman el sector han hecho que el estado de ánimo de la gente de la cultura haya pasado, en un tiempo récord, de la expectativa a la decepción y de ésta a la desconfianza y la irritación.
La política cultural del Gobierno de la Generalitat está atenazada por los errores propios y por las reticencias en el seno del PSC y del tripartito. ¿Cómo se explica si no, que ERC, al ver amenazado el cargo de secretario de Comunicación del Gobierno como consecuencia del famoso informe, pusiera sobre la mesa que una hipotética reforma debería afectar también al Departamento de Cultura? ¿O el poco apoyo que desde las filas del PSC está recibiendo la consejera? ¿Cómo es posible que el presidente Maragall no haya salido aún en defensa pública de la señora Mieras?
Seguro que en los 23 años de gestión convergente se han cometido errores. Negarlo sería tan absurdo como inútil. Pero si alguna cosa hacían los gobiernos de CiU era tener ambición de país, mirar siempre hacia el futuro. Ahora tenemos un Gobierno que actúa bajo el efecto retrovisor. Un Gobierno que busca, en el pasado, la justificación de sus déficit presentes y de su falta de ambición de futuro.
Jaume Ciurana i Llevadot es miembro del Comité Ejecutivo Nacional de CDC.
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