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Columna
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Corridas y nupcias

Este año no damos abasto. Quizás la alcaldía debiera disponer -o proponer- que dadas las excepcionales circunstancias este mes tuviera 40 días, por lo menos. Toros, boda principesca, Feria del Libro y fútbol hipotecan infinidad de jornadas festivas, difícilmente compatibles con la actividad laboral. Como todos los años, la banca madrileña, siempre a la cabeza de la modernidad, reduce el horario durante la semana de San Isidro para permitir a sus empleados e impositores la suprema delicia de ir a la Casa de Campo y en El Batán contemplar los toros que habrán de lidiarse durante el interminable periodo taurino. Menos mal que no es obligatorio porque hubiera sido interpretado como una imposición contraria a la observancia de los derechos humanos. Quizás para compensarlo amplían su apertura los comercios, grandes y pequeños, en los que ya rige una confortable libertad y siguen hospitalarios hasta las nueve de la noche, en los lugares donde la oferta es satisfecha.

El presente año, la Feria de San Isidro -que comenzó el 29 de abril- ofrece 34 corridas, de las que sólo tres están fuera de abono. Esto, en castellano comprensible, significa que hay escasas posibilidades de que alguien consiga entradas a su precio, ese cupo obligatorio que se pone a la venta y que está bloqueado por los avezados en taponar las taquillas de la plaza. Así es y creo que fue siempre. Los aficionados y los duchos en plusvalías se proveen del abono con anterioridad, lo que supone una inversión bastante fuerte, convirtiendo el espectáculo en algo teóricamente exclusivo y financiero. La mayor pega en este asunto reside en la incertidumbre climatológica, que nunca es más aleatoria y caprichosa que en la mudable estación que vivimos. Es posible que en los olimpos sobrenaturales polemicen partidarios y enemigos de la fiesta y que llegado a un consenso lloverá, sí; diluviará, incluso, pero procurando que haya comenzado la lidia y no sea preciso devolver el importe de las entradas. Tampoco sería muy justo para la empresa, los toreros y los empleados de la plaza que no cobrarían, en el supuesto de que el mal tiempo impidiera la celebración, descartado que lo vetase la autoridad competente.

No puede decirse que haya decaído la afición, que rebrota cada primavera. En muchos sitios el tema taurino nutre las conversaciones ociosas y comprobamos que también en tan hispánico aspecto nos van sustituyendo los extranjeros. Hasta hace ocho o diez años se hablaba de las corridas de San Isidro con un incontenible acento andaluz, para matizar el renovado disgusto de los entendidos por la mala condición del ganado y la declinante maestría de los matadores. Esto sucede desde época inmemorial.

En nuestro bar cotidiano disfrutamos de verdaderos catedráticos en la materia, personas sumamente instruidas en tauromaquia, y entre ellos descuella nuestro amigo Edward Farrell, un anglonorteamericano, rubicundo, de ojos azules, experto en transacciones comerciales internacionales con epicentro en Bruselas, que se ha doctorado en el arte de Cúchares y acumula, día a día experiencia y conocimientos, en calidad de aficionado. Es, nada menos, que presidente de la Peña Internacional Taurina, asunto que acredita la imparable globalización que nos posee. Anda todo el día con el calendario de los festejos en la mano, recabando el dictamen de los veteranos que confirmen o desengañen su parecer por la corrida de la víspera.

En breve se celebra la gran boda que muchos plumíferos califican de real impropiamente, pues no se casa ningún rey. A mí tampoco me han convidado y me resignaré a contemplar el fasto a través de la televisión, que manoseará hasta la náusea todos los tópicos posibles, con escasas novedades. Un avión Awacs surcará los cielos en la vertical de la Almudena, pues sería temerario descartar el intento de alguna atrocidad por parte de personas que tampoco han sido convocadas.

Por cierto, encontré el otro día, casualmente, a mi viejo y querido amigo Leandro de Borbón y Moragas, tío abuelo del contrayente, que ha rehabilitado el sentido de la palabra bastardo como hijo habido por un rey fuera del matrimonio. A sus 70 años se considera el representante de mayor edad en esa familia, como descendiente directo y único de un monarca reinante. Pues bien, para consuelo de muchos compatriotas, tampoco él ha sido invitado, lo que sobrelleva con entereza y buen humor.

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