Tarde de sopor
Entre la alarmante falta de casta y manifiesta invalidez de los toros y los chotis de la banda de música, la corrida del día de San Isidro resultó soporífera. Hay quien le echaba la culpa al santo y otros cargaban las tintas sobre el alcalde de Madrid, presente en el festejo, a quien recriminaron sus reiteradas ausencias del coso venteño. Era un forma como otra cualquiera de pasar el tiempo y no pensar en el suicidio como aficionado, que es lo que la situación requería. En el fondo, el público no se lo pasa mal. Es la ingenuidad del desconocimiento. Unos cuantos protestan, cada vez menos, y el resto asiente cuando alguien los manda callar. Parecen desconocer que el silencio es el mejor aliado de los enemigos de esta fiesta, de quienes tienen llenos los bolsillos y las conciencias vacías, de quienes esperan que el espectáculo dure, al menos, hasta que ellos se jubilen. Son los llamados amantes de los toros. Y a ello contribuye esa masa de espectadores silentes que, con su actitud, permiten la persistencia de esta farsa, de este fraude diario.
Carriquiri / Uceda, Fandi, Marín
Toros de Carriquiri, discretos de presencia, inválidos y descastados; 2º y 5º fueron devueltos y sustituidos por dos de Ramón Flores, sosos y descastados. Uceda Leal: estocada en lo alto (ovación); pinchazo y gran estocada (silencio). El Fandi: dos pinchazos, estocada atravesada y tres descabellos (silencio); cuatro pinchazos (silencio). Serafín Marín: dos pinchazos y tres descabellos (silencio); pinchazo y casi entera (palmas). Plaza de las Ventas, 15 de mayo, 6ª corrida de feria. Lleno.
La corrida de Carriquiri estaba podrida toda ella. Pero lo peor no es que no tuviera presencia para Madrid, ni que estuviera enferma o borracha, sin vida, sin casta, sin bravura, sin nada de lo que distingue a un toro... Lo peor es que a nadie le importa. Lo peor es que nadie indagará las razones que han llevado a estos animales, como a tantos otros, a esta degeneración tan deprimente. Ni a los ganaderos, ni a los empresarios, ni a la autoridad, ni a los toreros, ni al público, por supuesto, parece importarle esta fiesta lo más mínimo para buscar soluciones.
No importa, siquiera, una tarde tan soporífera como la de ayer porque, por desgracia, la mayoría relaciona las corridas con el aburrimiento, con lo que nadie se extraña de que los toros rueden por los suelos, se asemejen a los bueyes de carreta y protagonicen un tristísimo espectáculo que sólo interesa a los que viven de él. Algunos duelos, decía un vecino de localidad, son más divertidos que esta corrida.
Imaginen, pues, que no hubo tercio de varas, sino un feo simulacro de picotazos infames tras los cuales los toros perdían el equilibrio de forma más que sospechosa. No hubo toreo de capa si se exceptúan unas chicuelinas movidas de El Fandi, un par de verónicas con las manos bajas de Serafín Marín y otras dos y una media de Uceda Leal. Y tampoco se vieron faenas de muleta porque los toros no tuvieron un pase y los toreros se desanimaron pronto o pecaron de pesados en un intento de justificar lo injustificable.
Uceda Leal mató muy bien a sus dos toros, especialmente al primero, al que recetó una magnífica estocada en todo lo alto que lo hizo rodar sin puntilla. En verdad, era un medio toro al que le dio medios pases con la muleta a media altura a tono con la media vida de su oponente. Pesado estuvo ante el inválido cuarto, que no admitía ni un saludo. Fue un toro totalmente inválido, muy protestado por el público, pero al que el presidente mantuvo en el ruedo para defender, se supone, la integridad de la fiesta y los derechos de los espectadores.
El Fandi no tuvo oportunidad para reverdecer los laureles de su concepción del toreo basada en el poderío y la espectacularidad. Se le veía triste, lo que no se sabe es si ya venía así del hotel o le afectó mucho el mal juego de los toros. Le devolvieron su lote y se encontró con un par de sobreros que parecían primos hermanos de los titulares: feos, sin casta y sin fuerzas. Banderilleó mejor al quinto que al segundo, con el que estuvo poco acertado. Mejoró en el otro, sobre todo en el segundo par, andando hacia atrás y clavando en todo lo alto. Ahí acabó su tarea. Muleta en mano, fue un torero sin estilo ni ideas, y ejecutó una especie de toreo extraño, desordenado y sin mando, a merced de las descompuestas embestidas de sus toros. Encima, mató muy mal.
El que más interés puso en el triunfo fue Serafín Marín, valentísimo, bien plantado, bien colocado siempre, derrochó una ilusión que es muy de agradecer. Muy voluntarioso con la muleta, la faena a su primero fue imposible porque tenía delante un mulo que no sabía lo que era embestir. Volvió a intentarlo en el sexto, pero con idéntico resultado. Rivalizó en un quite con Uceda, que había toreado a la verónica, y le contestó con ceñidas gaoneras. Se lució su cuadrilla en el tercio de banderillas: El Boni, perfecto, al colocar el toro en suerte sin un solo capotazo, y César Pérez e Ismael González, arriesgando mucho con los garapullos. Marín lo intentó con arrestos desde todos los ángulos, pero el toro, exhausto, le impidió cualquier atisbo de lucimiento.
Acabó la corrida y el sopor. Mañana será otro día para beneficio de los taurinos. ¡Dios mío, Dios mío!
Babelia
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